lunes, 4 de enero de 2016

Reloj de pared.



Antes de partir le di cuerda al viejo reloj de pared, a pesar de que creía que a nuestro retorno no estaría  funcionando, nuestra ausencia rondaría los 10 u 11 días. Imaginé que aquella máquina seguiría con sus tictaques y sus campanadas en soledad, con las luces y las sombras de esos días.

Cumpliría su trabajo, agotaría sus energías, pondría en juego sus reservas. El querido instrumento había pasado en el último año (es curioso hablar del tiempo del tiempo) por dos grandes reparaciones, en dichas operaciones lo habían destripado, en la segunda oportunidad un apasionado relojero lo había afinado con la perfección de un artesano, cicatrizando  de esta manera sus heridas.


En tiempo de decepciones, a nuestro regreso,  grande fue nuestro asombro al ver el péndulo en su acostumbrado movimiento. Admiramos desde entonces esa lealtad, el sostener aquella misión, y empezamos a tenerle un afecto extraño.

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