lunes, 28 de diciembre de 2015

Primera carta a noveles docentes.

                                                                                                        Rosario, 28 de diciembre de 2015.

Hace tiempo que quiero escribir una carta a mis colegas en esa primera etapa de su socialización profesional, en el preciso instante del  encuentro con sus primeros  alumnos, en esa nueva perspectiva de ver el mundo en sus respectivos entornos y en sus tareas.

Ya no pueden descansar en quienes los acompañaban en su formación, ahora tendrán que buscar sus propios maestros, “porque aquel que quiere aprender encuentra maestros a cada paso” decía alguna cita, muy válida por cierto, porque de allí en más todo es contenido, los libros, los diálogos con los colegas, las charlas con amigos, todas las relaciones humanas con sus pasiones claras y oscuras, las experiencias de vida, los cursos, los libros, los comportamientos ciudadanos, las verdades, las mentiras, las hipocresías, los pequeños y grandes odios, los amores…

Aquí y ahora, cien, doscientos, quinientos, ojos los miraran y ustedes no podrán hacerse los desentendidos, aquí y ahora los adultos son ustedes, los maestros son ustedes y les guste o no, ustedes están al frente y lo que hagan o no hagan será objeto de crítica. Desde este lugar es natural que vean  las personas y los objetos en forma muy  distinta que desde  el  banco, de la mesa del  taller o desde la cancha o el  gimnasio. Aquí y ahora, los  que se comen  las “eses” son ustedes y no pueden apelar a un tercero por sus equivocaciones. Con este baño de humildad inicial es bueno inquietarse un poco, pero no al límite del miedo, porque con miedo ustedes tampoco aprenden, de lo que se desprende que lo que les pasa a uno probablemente les pase a otros, es decir a sus alumnos, lo que nos lleva a una modesta conclusión, para aprender es necesario crear climas y ambientes saludables.

Al comienzo –me incluyo- tenemos cierta atracción a la técnica expositiva, llegando a ciertos excesos en las explicaciones, tomamos un protagonismo desmesurado, con cierta vanidad creemos que todo lo tenemos que hacer nosotros, hablamos demasiado y creemos que nuestro auditorio puede asimilar en una hora – de largo y aburrido parloteo- consignas, conceptos, teorías…, una sugerencia, explicar solo lo necesario, los alumnos en una clase solo puede recordar de  tres a cinco conceptos o aspectos de  todo lo que presentamos, y esto es así, si en la misma clase y en clases posteriores lo repetimos más de tres veces…, tal afirmación no implica  subestimar a nuestros alumnos, es una realidad sobre nuestra capacidad de asimilación.

La causa es aprender, “para entregarse a una causa hay que estar consciente que esta es de todos lo que la llevan a cabo” dice el I Ching,  es oportuno agregar que en esa causa todos  somos socios, de tal suerte que, cada cual debe hacer su parte.

Si bien un maestro es un facilitador, entendiendo esto como un organizador y guía  de los obstáculos del aprendizaje, no se confunda este apartado  con hacer todo fácilmente, por el contrario por momentos la tarea es ardua y dura. Entre el facilismo y la exigencia, prefiero esta última, ya que supone un respeto y cierto optimismo sobre las capacidades de nuestros alumnos.

Es una grosera equivocación de nuestra parte  presumir ignorancia de quienes esperan enseñanzas, no nos quejemos pues de una supuesta pobre formación y de  otras carencias, comencemos a trabajar desde donde estamos, de allí en más todo será ganancia.

A veces tenemos una ilusión vana, confiar demasiado en la didáctica, como si esta  fuera el saber más importante, como si todo abarcara sus dominios y todas las disciplinas se subordinaran a sus influencias. La desmesura de la didáctica a veces aleja
a los alumnos del interés más genuino, tantos procedimientos nos privan  de la aventura y el asombro.

Podemos discutir si aprendemos en soledad o en equipo, es deseable apelar a ambos, escribir, producir un texto  por ejemplo parece ser un proceso individual aunque después –su producto- se puede compartir en un colectivo, mientras que los procedimientos democráticos solo son  posible aprenderlos en equipo.

A esta altura es muy apropiado aclarar que las evaluaciones no son el juicio final, deberían ser menos judicativas, más cualitativas, más orientada a los procesos que ha ciertos resultados.

Un docente debería diluir todo tipo de personalismo, el egocentrismo, el alarde de cierto conocimiento pueden encubrir  un mensaje autoritario, deberían brillar más los alumnos, el verdadero brillo de los docentes es a través de ellos.

Los saludo afectuosamente aprovechando la oportunidad para desearles un nuevo año de grandes y desafiantes  proyectos.




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