Estoy
predispuesto a pensar que pensar es muy bueno en la mayoría de los casos, sólo
hay escasos momentos en que creo que no
es recomendable, entre ellos:
Cuando se
está cansado.
Tampoco
cuando un interrogante se transforma en parásito y resulta perpetuo.
Cuando el
tema es pueril y no supone ningún desafío con la excepción de que tal medida se
tome con el propósito de descansar.
Cuando los
teoremas o laberintos intelectuales no nos llevan a ningún lado.
Cuando el
pensar no surge del sentir, de alguna sensación corporal, de algún hacer, de alguna
incomodidad, de alguna alegría…
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