Ella o él, habían
dejado una rendija
un espacio pequeño por donde entraba el viento,
el puente levadizo nunca estaba abierto
la casa de
las murallas tenía armaduras de
cemento,
no sé por qué
misterio yo pasaba entre los barrotes
-hierros arrumbados y gruesos-
tenía accesos
a aquellos pasadizos secretos,
ningún guardia me pedía documentos,
no era médico, mago ni chamán
sólo leía la pesadumbre de los semblantes serios,
algunos conceptos,
la travesura de los verbos
jugar al
ajedrez con los silencios
Yo quise que ella o él se miraran en el espejo
para mí el existencial sufrimiento no tenía ningún sexo,
ella o él veían a su manera, sacaban fotos
interpretaban sus libretos , el escenario de los cuentos,
yo les daba
contra ejemplos, invertía los reflejos,
cambiaba los ángulos de mirar el firmamento
les daba vuelta las palabras como un guante viejo,
los guiones estaban hechos los ojos estaban en el
cerebro,
en el cuarto de los lamentos yo conocí las lloviznas de sus ánimos
sin darse cuenta me dieron las llaves de aquellos recovecos
las postales que guardaban en cajas de zapatos aquellos
universos,
separados en los encuentros y cada uno de ellos a su debido tiempo,
tan distintos y tan iguales
tan ajenos y tan
propios
tan sinónimos y tan antónimos…
es posible que después
de la catarsis de sus días de mal agüero
cuando ella o él con su compulsión repetida
durmieran con
sus personajes viejos
-yo- en el descanso de distanciarme
tuviera la
misma piedad
para conmigo
y más tarde
para con mis versos…
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