jueves, 31 de marzo de 2016

Ejercicios de Perspectiva: Respeto y aceptación.


“Uno puede contemplarse a sí mismo, observando como lo ven los demás.”    I Ching

La vida  no puede existir sin relación… Toda relación actúa como un espejo…

Comprender la relación es infinitamente más importante que  la búsqueda de cualquier plan de acción…

La relación implica contacto…
 KRISHNAMURTI



Uno se sorprende   en actitudes que suele criticar  en los demás,   relaciones que reflejan imágenes de palabras: sinonimias  de prácticas, modos, usos y costumbres.

Es curioso que uno no pueda verse a sí mismo con sus propios ojos, me refiero a esa  incapacidad perceptiva que solo podría solucionarse recurriendo a un espejo, artilugio artificial  externo a nuestros órganos que soluciona dicha cuestión parcialmente, ya que nuestra visión sería un reflejo de aquel cristal. Tal limitación se podría atemperar recurriendo a otra manera de ver,  al dialogo consigo mismo, posibilidad no tan ejercida por muchos a juzgar por escasas  muestras de análisis y reflexiones y la poca popularidad que tiene el  goce del este arte.  Si dicho placer lo extendiéramos  a nuestras relaciones más profundas descubriríamos el tesoro de  la conversación, y con ella la gran sabiduría,  los sabores del aprender, la secreta sensibilidad y la poderosa cercanía.

Nos decimos y nos repetimos que “el otro es otro” pero no somos benevolentes  con las decisiones que toman los otros, nos falta practicar el respeto y la aceptación, esa calle de doble vía, que a veces tomamos a contramano.

 Frecuentemente queremos que “la arqueología  de  nuestra moral” sea el patrón que el otro tenga que respetar, La mayoría evangeliza, hace proselitismo, busca adeptos, disciplina, recluta espías.  No comprendemos que cada uno resuelve su vida y su circunstancia, jugando con las cartas que tiene en la mano.


A veces uno opina –sin que se lo pidan- de acuerdo a su mirada, a esa forma particular de ver la realidad,  pero  ¿cómo  ha construido esa super-visión? … ¿qué  múltiples variables en ella han intervenido?  ¿las raíces nos son distintas a las de su vecino? ¿quién puede pesar las subjetividades que cada uno lleva consigo? Verbigracia: el nombre que nos han puesto, las creencias y no creencias, supersticiones o nobles gestos que por mimesis hemos incorporado en la base de nuestros cerebros, el orden de nuestro nacimiento, la historia familiar, aquellas circunstancias…


Cada uno  hace lo que puede y se permite. Cada uno elige entre lo que es y no es, con la educación que le dieron y con la propia educación, que ya mayor, a veces, le permite corregir algunas cosas de un libreto que no ha escrito y que no  le pertenece, aunque consecuencias le ha traído; y de otra novela con vos más propia que algunos se animan a escribir. Hasta creo que entre las múltiples opciones, envejecemos distinto.


Si fuéramos más pacientes y amorosos con nuestro carácter y hasta con nuestras  caídas;  si no fuéramos tan voraces por cambiar tantas cosas, algunas cambiarían naturalmente. Con menos ambiciones propias y ambiciones hacia los demás las cosas tal vez serían más amorosas, la cultura no tendría tantos malestares y encontraríamos más gestos de ternura. Los rostros del deseo no serían laberintos interminables,   viviríamos mejor con menos  ajuar y con poco maquillaje.

Podríamos preguntarnos poniendo algunos límites, por ejemplo  no insistiendo en aquellas preguntas que no tienen respuesta, no volviendo a retomar las que ya hemos contestado, y tratando de  resolver a nuestra manera los nuevos interrogantes.


¿Será cuestión de perspectiva? No me refiero a la profundidad del dibujo sino a esas relaciones que tiene el yo-observador, con su circunstancia, su percepción y su juicio. Varios observantes tienen distintas perspectivas, gobernante y opositor, hijo y padre, maestro y alumno, joven y viejo, psicólogo y paciente…


En una película llamada  “Cigarros” uno de los principales personajes fotografiaba su esquina todos los días, en su proyecto ponía tantas energías que ni siquiera se permitía tomarse vacaciones unos días.

… Pensando en esta metáfora, imaginaba la escena fotografiando  el mismo cuadro desde un mismo ángulo, con la misma cámara, con igual apertura de diafragma, con idéntica  velocidad…

Y con el mismo ritual de aquellos hábitos, las fotos resultaban siempre distintas, la primera diferencia era el tiempo, en este sentido la única semejanza podría ser  la hora, pero el día era otro, y otra era la mañana, otra era la calle, no porque fuera otra ochava desde las que se imprimían aquellos imágenes,  la variación   de las circunstancias, los personajes que pasaban, el humo denso o invisible, según la humedad o sequedad del ambiente, los cuerpos que  cambiaban, las posturas, los tonos musculares, las energías, lo los nuevos o los repetidos habitantes congelados en un instante, antes o más tardíos del punto medio de la esquina a la que apuntaba la cámara, las vestimentas nuevas, otros peinados,  otras barbas, maquillajes y gestos que cambiaba a cada segundo en cada mañana.  Me desorientaba este cuadro pensando que  todo pudiera tener un destino tan pasajero y vago y  que uno pudiera mudar tan rápidamente de una enorme pesadumbre a una enorme alegría, que un pensamiento, una idea, una inquietud nocturna - como esta que tengo ahora -  nos hiciera perder el sueño, en el tiempo que vive una chispa.


La cosa era distinta según el lugar y el tiempo en que la mirara.

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