martes, 8 de marzo de 2016

Las cenizas de Thanatos.



                                      ,  …
                                      Julio: - Yo tengo un cementerio de vivos –
                                      Horacio: - ¿ Y dónde está ?
                                      Julio: - Aquí, atrás, al fondo de mi cabeza –
                                               Conversaciones con Julio Matarín.

No sé si en la naturaleza del cerebro hay un lado claro y un lado oscuro, estoy predispuesto a creer (cuestión del corazón) que hay un vasto territorio de claroscuros donde luces y sombras se van mezclando al estilo de las pinturas de Caravaggio.

A veces uno tiene muy claro –aunque parezca paradójico que  - aquellos lugares de penumbras son el  resultado  inteligente de unas sabias emociones, quizás resueltas un domingo tedioso en una tarde lluviosa y somnolienta.  Todo lo humano termina siendo ricamente complicado de tal suerte que, el conocido oxímoron siempre  vuelve a asombrarnos.

La elección fue un paraje deshabitado que otrora  el cerebro había construido buscando agua clara y potable en pozos que resultaron estar secos y áridos,  consecuencia  de  “el porvenir de una ilusión”, que uno había  fabricado.

El lugar estaba despoblado sin ningún   habitante, estos habían vivido en nuestra psiquis, aquellos vivos han muerto para nosotros, los ha matado la decepción, el desencanto y el desengaño. Todo ocurrió cuando las frustraciones repetidas, deseos simples que se transformaron en vanos, superaron a las aversiones de la pérdida, aquellos seres, sin importar el género, tuvieron el toque rápido y terminante de Thanatos, se trató de una muerte simbólica, tan distinta a la natural.

El  viento, ese viento  – que mis inventos no han creado - hacía volar las cenizas cuando merodeaba  por aquellos espacios. Ya no sé el camino que va a ese campo,  que no es santo, las huellas las ha cubierto él desamparo;   una prueba de ello es la  neblina de olvido que domina el paisaje con todos los  nombres borrados.


El sitio  ni siquiera era un desierto, ya que tengo sobrada experiencia para reconocerlo con la sola autoridad de haberlos transitado hace largos años. El suelo era un polvo inerte y blanco, aquella harina blanca semejaba un papel, una página en blanco, desolada de manchas, como si nunca hubiera existido en ella el más  mínimo relato.

1 comentario:

  1. Horacio, como siempre, estas en lo cierto. Aunque se me pierde el inicio de tu diálogo con ese Julio Matarin. Me lo podrías reenviar? Gracias Horacio(blanco) de parte de Julio(negro).

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