A veces una palabra seductora se pasea por alguna calle de
mi mente, en la vereda de enfrente de mi casa. Tengo que confesar que me gustan
las palabras, que ellas emanan una atracción especial.
No sé de dónde viene su origen, de una emoción o de un
pensamiento, en mi cabeza todo se mezcla.
Una emoción indescifrable irrumpe abruptamente mis sentidos,
un color me llama, un perfume recuerda, un sonido evoca aquella melodía
mientras la mirada busca un horizonte, el tacto desea superficies lisas y
amables, el gusto aún no se define.
Congelada en una imagen, en un estado latente se suspende
repetida en mi conciencia, entre las sombras la que me inquieta o alegra.
En la noche un sueño la desvela, tal vez porque me
molestaría perderla. Con las luces de la mañana la emoción busca sus formas,
entre miles de vocablos encuentro algunas expresiones alumbradas.
El anhelo o el azar encuentran en la lectura de algún
escritor o escritora una letra que sobresale en el renglón.
En ese caos, en el tránsito de mi mente, ella se ha
estacionado en doble fila en la avenida principal de mi ciudad. Después cruzará
el semáforo en rojo porque una ambulancia le pide paso, sin permiso inquieta al
propietario.
Tal vez había llegado hasta allí después de haber vagado por
los barrios, andando calmo por las calles de empedrado, allí el tiempo es otro
tiempo. Busco aún en el inconsciente, alguna pista, una imagen, algún indicio orientador que me
permita encontrar esa palabra impecable…
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