“La
literatura no es un pasatiempo ni una evasión, sino una forma,
quizás
la más completa y profunda, de examinar la condición humana.”
Ernesto Sabato.
Hay instantes en que nos olvidamos de aquella humanidad.
Inventamos dioses y jugamos a serlo, sin darnos cuenta que en ese intento de
perfección –siempre vana- perdemos,
entre otras cosas, el asombro, la cultura de la ternura, la humildad de ser
incompletos y por ende la inmensa capacidad de aprender.
Uno ama como puede, como es, transita por la vida y por
el mundo con su modo de andar, de sentir y de pensar, cambia lo que puede
cuando no está en armonía con su realidad. Es necesario saber que no estará a
la altura de sus deseos ni de sus ambiciosos proyectos, ni a la altura de las
demandas de la sociedad, ni al deseo de los otros, ni a la altura que pretende
el amor más cercano.
Hay momentos en que compramos y vendemos prejuicios,
cambiamos de creencias con parecidas y renovadas ilusiones en cada una de
ellas, como si el por-venir dependiera de ello, buscamos la teoría perfecta, el
método único, la mejor estrategia, somos
adictos a una perpetua excelencia, en
lugar de admitir nuestra incompletud, no como justificación de que cambiar no
es posible, sino entender que tenemos que seguir aprendiendo, que
aprender es un proceso, proceso que también cambia con el tiempo.
Lejos de invalidarnos algunas precariedades, las
carencias nos impulsan, nos ayudan a encontrar caminos, compensaciones,
alternativas y no justificaciones, nos exigen otras acciones sin ampararnos en
las circunstancias como escusas del no hacer.
Algunas partidas serán ganadas, otras perdidas y otras serán tablas, pero esto también está
sujeto a revisión, porque no es saludable considerar la vida como una metáfora
de la guerra.
Tal vez leímos muchos libros de autoayuda, tenemos la
fantasía que algunos tienen las respuestas para todo, en realidad algunas cosas
nos pueden. Queremos todo, inmortalidad, amor, éxito, dinero, confort, tiempo,
reconocimiento, aplausos … pero todos sabemos que todo no se puede.
No podemos cimentarnos desde lo que no somos, sólo
partimos desde nuestra común humanidad y desde nuestra particular originalidad,
solo encontramos las respuesta desde allí
no desde un manual de instrucciones.
No somos máquinas aunque nos comparen con ellas, no somos
héroes aunque a veces tengamos
osadías, no somos dioses o sabios pluridisciplinarios,
somos de carne y hueso, y esto no como
carencia sino como potencia.
Nos definen las relaciones, con nosotros mismos y con los demás, somos ecológicamente
interdependientes, nos une la palabra y
otros lenguajes, somos eso entre humanos.
Un ego hipertrofiado o empequeñecido nos aleja de
cualquier sentido y propósito, a veces nos identificamos con exceso de nuestros
patrones y nuestros roles. Sería interesante suspender por momentos nuestras
creencias, explorar los por qué y para qué.
Podemos empezar por darnos cuenta de lo que no somos…