viernes, 2 de diciembre de 2016

La dificultad de ser coherente.



                               “Hay gente que funciona como una escopeta de perdigones: piensa una cosa,
                               siente otra  y sus actos se dispersan sin dirección.    Walter  Riso.

La coherencia es una cualidad que presenta una conexión o relación interna y global de distintas partes entre sí.  Remite a la  relación, unión, ligazón, contacto, adherencia, lo contrario, lo opuesto sería la incongruencia, lo desacorde, lo inconsistente, lo fragmentado, lo desvinculado.
De todo ello se desprende lo  engorroso y difícil que   resulta ser coherente, alinear la acción, el pensamiento, el sentimiento y la expresión. Convengamos que esto no ocurre con la frecuencia deseada, y es más, habitualmente desconocemos esa unidad y nos encontramos durante largos tiempos divididos y aislados.
El autoengaño suele ser tan elaborado y prolijo que cursa invisible e inconsciente y logramos darnos cuenta de algunos momentos de aquella plenitud,  de totalidad integradora,  ante una reveladora y ocasional experiencia, es decir nos asombramos cuando sentimos esa presencia, pero no reflexionamos mientras dura  su ausencia.
Las creencias responden como un estímulo condicionado, y cursamos una sobre-adaptación a mandatos o libretos sociales, a cierta hipocresía instituida y naturalizada, contraemos una enfermedad asintomática, sin signos ni señas ni manifestaciones.
Nos falta cierta clase de resistencia, el acostumbramiento a los dobles mensajes y el comportamiento políticamente correcto hacen natural lo innatural. Prueba de ello es que en una época de tanta eficacia y eficiencia  resulte  anormal dormir una siesta, cuando se está cansado, cuando me permito darme cuenta que estoy cansado, cuando no aprendemos a decir “NO” cuando hay que decir “NO”.
Tendríamos que tener un  plan  estratégico, entrenar a nuestro yo-observador como un director de orquesta, con una super-mirada a escala humana. Tal vez con un metrónomo y un diapasón en mano, podríamos afinar los instrumentos, coordinar las entradas y los tiempos, para que aquella armonía –la coherencia- nos invada. Así como acontece con la música,  jugar con   los altos y los pianos, tener las voces del coro con matices, alternativas, y espacios para los silencios, la emoción de los vientos, la sensibilidad de las cuerdas, las advertencias de la percusión, el intelecto de los  pentagramas, la expresión etérea que perfuma la sala, los lugares más cercanos…
Es tan claro ese instante de coherencia, tan brillante tus ojos a juzgar por el brillo de otros ojos, como si un espejo nos devolviera un aliento, una caricia, una percepción extraña del objeto. Uno puede darse cuenta de los ojos que ad-miran,  aquellos que observan con buena mirada y en silencio te animan, y tú tienes esa maravillosa lectura de sus semblantes.
Eso que acontece de vez en cuando, que queda como una postal en tu memoria aparece de repente, es un acto lleno de conciencia en  un lugar de tu cerebro no tan transitado que se colma  de luces y de focos y   eterniza esa paz, aquel resplandor,  la serenidad, el sinceramiento interior.
La coherencia, esa iluminación y claridad, es un todo donde la suma de las partes están en el espacio indicado y en el tiempo preciso, y esas partes juntas son más y mejores que cuando están aisladas.
Ese momento intenso lo siento en el cuerpo, cuando puedo expresar con la palabra, con la palabra justa, impecable y apropiada, en el momento justo y con el ánimo en concordancia, lo que siento, lo que pienso, lo que hago,  lo que sueño, lo que percibo y necesito. Tal vez por diferencias con otros estados, nos percatamos entonces de las emociones que nos impulsan y  nos inspiran y aquellas otras que nos detienen o nos estancan.
En ese goce gratificante el miedo desaparece y una tranquila osadía nos acompaña. Yo sé que es una chispa, un relámpago, un instante, un arte momentáneo, la valentía no es un estado permanente.  El sistema con su control y eficiencia nos hace burócratas insensibles, obedientes, la historia sabe de estos peligrosos hombres y peligrosas mujeres estandarizados, las máquinas y los robot no tienen corazón humano.
La norma, el deber ser se impone sobre la creatividad, los pactos de ternura, la actitud amorosa, el buen trato, aquella necesidad de ser afable, y es allí donde no discriminamos entre lo real y lo irreal, lo posible y lo imposible, lo trivial y lo importante.
Tal vez ahondar en los picores,  en esas quejas de los mal-estares , en los divorcios que a veces tiene la razón y el sentir, el bucear alguna incomodidad, enfrentando las pequeñas cuotas de frustraciones que tributamos, nos permita hace algo chiquito, pero algo al fin, sobre nuestros vacíos e incongruencias, pensando hoy lo que podemos  hacer hoy. Cambiar una palabra, una acción, un discurso, quizás después más tarde nos animemos  a decir lo que corresponde a quién corresponde y serenos  podamos caminar por el mundo y verlo de mi particular manera.
Tal vez podamos  diferenciar la queja de afuera a esa queja interna, y esa diferencia nos ayude a encontrarnos.


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