“Hay
gente que funciona como una escopeta de perdigones: piensa una cosa,
siente
otra y sus actos se dispersan sin
dirección. Walter
Riso.
La coherencia es una cualidad que presenta una conexión o relación
interna y global de distintas partes entre sí. Remite a la relación, unión, ligazón, contacto,
adherencia, lo contrario, lo opuesto sería la incongruencia, lo desacorde, lo
inconsistente, lo fragmentado, lo desvinculado.
De todo ello se desprende lo engorroso y difícil que resulta
ser coherente, alinear la acción, el pensamiento, el sentimiento y la
expresión. Convengamos que esto no ocurre con la frecuencia deseada, y es más,
habitualmente desconocemos esa unidad y nos encontramos durante largos tiempos divididos
y aislados.
El autoengaño suele ser tan elaborado y prolijo que cursa
invisible e inconsciente y logramos darnos cuenta de algunos momentos de
aquella plenitud, de totalidad
integradora, ante una reveladora y
ocasional experiencia, es decir nos asombramos cuando sentimos esa presencia,
pero no reflexionamos mientras dura su
ausencia.
Las creencias responden como un estímulo condicionado, y
cursamos una sobre-adaptación a mandatos o libretos sociales, a cierta
hipocresía instituida y naturalizada, contraemos una enfermedad asintomática,
sin signos ni señas ni manifestaciones.
Nos falta cierta clase de resistencia, el acostumbramiento a
los dobles mensajes y el comportamiento políticamente correcto hacen natural lo
innatural. Prueba de ello es que en una época de tanta eficacia y
eficiencia resulte anormal dormir una siesta, cuando se está
cansado, cuando me permito darme cuenta que estoy cansado, cuando no aprendemos
a decir “NO” cuando hay que decir “NO”.
Tendríamos que tener un plan estratégico,
entrenar a nuestro yo-observador como un director de orquesta, con
una super-mirada a escala humana. Tal vez con un metrónomo y un diapasón en
mano, podríamos afinar los instrumentos, coordinar las entradas y los tiempos,
para que aquella armonía –la coherencia- nos invada. Así como acontece con la
música, jugar con los
altos y los pianos, tener las voces del coro con matices, alternativas, y espacios
para los silencios, la emoción de los vientos, la sensibilidad de las cuerdas,
las advertencias de la percusión, el intelecto de los pentagramas, la expresión etérea que perfuma
la sala, los lugares más cercanos…
Es tan claro ese instante de coherencia, tan brillante tus
ojos a juzgar por el brillo de otros ojos, como si un espejo nos devolviera un
aliento, una caricia, una percepción extraña del objeto. Uno puede darse cuenta
de los ojos que ad-miran, aquellos que
observan con buena mirada y en silencio te animan, y tú tienes esa maravillosa
lectura de sus semblantes.
Eso que acontece de vez en cuando, que queda como una postal
en tu memoria aparece de repente, es un acto lleno de conciencia en un lugar de tu cerebro no tan transitado que se
colma de luces y de focos y eterniza esa paz, aquel resplandor, la serenidad, el sinceramiento interior.
La coherencia, esa iluminación y claridad, es un todo donde
la suma de las partes están en el espacio indicado y en el tiempo preciso, y
esas partes juntas son más y mejores que cuando están aisladas.
Ese momento intenso lo siento en el cuerpo, cuando puedo
expresar con la palabra, con la palabra justa, impecable y apropiada, en el
momento justo y con el ánimo en concordancia, lo que siento, lo que pienso, lo
que hago, lo que sueño, lo que percibo y
necesito. Tal vez por diferencias con otros estados, nos percatamos entonces de
las emociones que nos impulsan y nos
inspiran y aquellas otras que nos detienen o nos estancan.
En ese goce gratificante el miedo desaparece y una tranquila
osadía nos acompaña. Yo sé que es una chispa, un relámpago, un instante, un
arte momentáneo, la valentía no es un estado permanente. El sistema con su control y eficiencia nos
hace burócratas insensibles, obedientes, la historia sabe de estos peligrosos
hombres y peligrosas mujeres estandarizados, las máquinas y los robot no tienen
corazón humano.
La norma, el deber ser se impone sobre la creatividad, los
pactos de ternura, la actitud amorosa, el buen trato, aquella necesidad de ser
afable, y es allí donde no discriminamos entre lo real y lo irreal, lo posible
y lo imposible, lo trivial y lo importante.
Tal vez ahondar en los picores, en esas quejas de los mal-estares , en los
divorcios que a veces tiene la razón y el sentir, el bucear alguna incomodidad,
enfrentando las pequeñas cuotas de frustraciones que tributamos, nos permita
hace algo chiquito, pero algo al fin, sobre nuestros vacíos e incongruencias,
pensando hoy lo que podemos hacer hoy.
Cambiar una palabra, una acción, un discurso, quizás después más tarde nos
animemos a decir lo que corresponde a
quién corresponde y serenos podamos
caminar por el mundo y verlo de mi particular manera.
Tal vez podamos diferenciar la queja de afuera a esa queja
interna, y esa diferencia nos ayude a encontrarnos.
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