martes, 6 de febrero de 2024

La birome de la Psicóloga.

 


Escribía con fruición, me asombró la velocidad y fluidez con que lo hacía, tan rápida como una taquígrafa.

Le pedí otra birome para escribir en mi agenda, había muchas cosas interesantes para reflexionar, tal vez porque sabía que ese análisis siempre viene después.

Algunas frases jugosas y palabras sueltas salían de aquel diálogo, conversaciones que maduran tardíamente fuera del escenario terapéutico.

Sin darme cuenta, tal vez inconscientemente con toda intención, me llevé su birome que seguramente había usado ella en otras sesiones. Cuando advertí el hecho me quedé a solas en mi escribanía, resonaban algunas palabras claves y esas oraciones que merecen estar en negrita.

Me preguntaba cuántas historias había escuchado  ese objeto inanimado y cuántas de ella había escrito. Seguramente todavía le quedaba un kilómetro de escritura, que es como decir un kilómetro de vida. Tal vez guardaba  en su memoria secretos que no me animé a develar,  además de la imposibilidad de hacerlo no me interesaba violar el secreto de confidencialidad, ni siquiera a conjeturar sobre ello. Lo hablado y lo escrito estaba protegido en una caja negra.

Pensé en aquella soledad existencial tan parecida a la nuestra, en esa dificultad de entrar en la soledad del otro, a veces en la nuestra. Uno percibe esos desiertos, aquellas inclemencias, los susurros indecibles, los signos de un lenguaje corporal, motriz o facial que desnudan heridas, decepciones, placeres y conquistas  humanas.

A veces creo que hay puentes invisibles, algunas rendijas que la mente deja abierta por momentos, solo son dos voces que necesitan abrazarse, abrir las puertas al mismo tiempo.

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