De pronto, una palabra de aquel texto me asombra, brilla como
una luciérnaga en una noche opaca, un foco oculto de mi mente la alumbra, la
explora, la desnuda.
Más tarde le busco sinónimos, semejanzas, metáforas,
símbolos, la dibujamos, la pintamos, la esculpimos, apelamos a nuestro archivo
sensorial, al cuerpo de la palabra.
¿Qué nos dice? ¿por qué resalta? ¿por qué me mira buscando mi
respuesta? ¿por qué me interpela?
Y en aquel océano del diccionario navego cuál barquito de
papel sin brújula ni timón, al garete por el blanco mar.
Un hilo invisible me tironea a esas letras, de propias y
ajenas separo aquellas que el tamiz de los sentidos las ve opacas, toscas o de bordes afilados. De tanto en tanto
encuentro algunas perlas, las junto, las altero, les cambio los lugares en el
renglón y en ese aparente caos juego con ellas, hasta que sus formas encuentran
mis líneas.
Yo no soy el que las crea, son ellas.
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