La puerta estaba entornada, parecía que esa pequeña
abertura facilitaba el acceso, que era solo cuestión de empujar suavemente la
puerta y entrar sin tantos preámbulos. Más no era tan sencillo el acceso a esa construcción habitada.
Uno no sabía cuándo era el momento apropiado,
calculaba los horarios, las costumbres habituales, los recreos, los fines de
semana y los feriados pero a ciencia cierta no se podía advertir si las circunstancias o el tiempo eran los
adecuados.
Los límites estaban marcados por una línea invisible, no había cerrojos ni candados, más esa
limitación nos dejaba un cierto gusto de amargura, el habla, ese encuentro humano, esperaba en el umbral de su casa.
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