Tal vez si el cerebro tuviera la velocidad de la luz
en sus pensamientos, el tiempo se dilataría y dejaría de transcurrir. Tales
percepciones me acontecen en el arte de una tranquila y profunda conversación.
Las extrañas sensaciones aparecen en un momento de
autoconciencia, en esa recurrencia temporal de algo que nos pasa o ha pasado,
como si una luz iluminara aquella historia y ella vuelve reflejada en un
espejo.
El instante se suspende, o recorre interminablemente
la cinta de moebius, o nos centramos en un punto de una recta interminable. Yo
lo imagino en la corriente de un río que bordea aquella gran roca y se demora
un instante en el paisaje en el rodeo lento del agua que se detiene en su
andar.
El tiempo no transcurre para todos por igual ni individual
ni colectivamente. Sobre tantos relatos escritos unos encima de otros en algunas transparencias, entre tantas
letras de los textos hay alguna que resalta, como si esta necesitara una pausa
para verse, en el ingrávido vuelo que viaja al sí mismo o a nosotros…
No hay comentarios:
Publicar un comentario