La cabeza chica, las arrugas en el entrecejo, las entradas en su frente, aquella
delgadez, los lentes de negros marcos y ese humo ceniciento que dejaba los cigarrillos
de mi padre.
Tal vez por su silencio o por el mío ante tales circunstancias yo trataba de
leer aquellas señales vaporosas que había detrás de sus formas caprichosas, más
el humo ingrávido se afanaba en ser un
papel en blanco, un relato suspendido en el
espacio, la abstracta pintura con sus negros y blancos entremezclados.
Hoy acepto el humo elegido de sus días, la imposibilidad de
resolver su laberinto, diferencio sus luces y apagones y dejo en una pequeña
botellita de cenizas la muerte de
aquellos dolores, me quedo con un cuento
de ternura, los recuerdos claros de los trabajos, y este viento que ha dejado
limpio mi horizonte.
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