Sin ser un experto, por simple experiencia y
algunas reflexiones, declaro mi incapacidad soberana de educar mis emociones,
es más, no creo que se pueda tener un férreo control sobre ellas, sólo creo que
hay cierto mecanismo de supervivencia (“principio de realidad”) que evita
algunos excesos. Esto no quiere decir que sea un des-controlado sino que
abandono esa fantasía de ser políticamente correcto.
Ellas –las emociones- son autónomas por naturaleza, mientras que
nosotros para serlo necesitamos varios estadios, es decir varios calendarios.
Creo que hay una relación entre el sueño y la
vigilia, y entre el sueño y la emoción, la primera diada tan compleja como la
segunda. Centrado en el sueño y la emoción, ambos, deben tener alguna relación con las
expresiones artísticas, no tan fáciles de decodificar, es como decir que se
expresan con un lenguaje totalmente distinto al lenguaje matemático o de la lengua, de tal suerte que tanto el sueño
como la emoción necesitan de una traducción compleja, a veces metafórica, aproximada
y no exacta para interpretarlo en palabras, o ponerlo en palabras. Para ello sería necesario un
tiempo, que le podemos llamar tiempo de análisis y reflexión, en otras
palabras una suerte de sedimentación.
La decodificación no es rígida, ya que cada
objeto soñado o sentido no tiene un nomenclador universal tan común en los
apostadores de quiniela, cuyo ejemplo más
conocido sería el significado de los
números (la niña bonita es el 15, el
muerto que habla es el 48, el ahogado el 58…), pero dicho código abusa de rigidez, ya que tales objetos o situaciones soñadas pueden ser distinta interpretación para cada persona, percepciones e historia individuales
de por medio, entre otras cuestiones.
La primera tarea sería identificar las
emociones, la segunda averiguar porque
sentimos lo que sentimos, y por último, descubrir cuáles son constructivas y cuáles destructivas para nuestra vida, cuáles necesitan sanarse, y con cuáles tenemos el firme deseo de cambiarlas o
de vivir con el influjo de ellas.
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