mi madre aceptaba que la vida se le metiera por los poros,
que la cocina fuera la alquimia capaz de reunir los afectos,
no es extraño que juntara palabras que otros inventaban
y en aquella alcancía de historias, citas y buenas intensiones
encontrara el talismán que quitaba sus pesares
aquel “San Cayetano” –un quijote que recitaba en su cuaderno-
cuando el mundo giraba a contramano;
ella acumulaba los escritos como rezos
-yo agnóstico- dormía con papeles de frazadas,
en la urdimbre de los fragmentos
hacia la trama de sus lanas
yo guardo las cenizas de su grafía manuscrita - su propia seña-
donde juegan las diferencias y semejanzas;
se bebía la vida con sus tragos dulces y amargos
como podía cuando podía,
la agridulce mirada del mundo más allá de su mirada
viernes, 30 de septiembre de 2011
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