A sabiendas que
el tiempo es uno de los presupuestos, entre otros, de base de toda cultura que existe sobre la
tierra, según jerarquicemos el pasado, el presente o el futuro. También sabemos
que en lo personal nuestra visión de dichas orientaciones varía según la época
en que transitamos por este mundo.
Podríamos
decir con cierta lógica que mientras el tiempo avanza también cambia nuestro
aquí y ahora, aunque al mismo tiempo le importe muy poco esto.
No obstante
en nuestra humanidad hay un instante (?) en que se puede abolir el tiempo,
tener una breve sensación de detención, ello generalmente ocurre cuando uno se
olvida de su “yo”, cuando se disuelve el ego vivimos esa intemporalidad, algo
así como la detención en un semáforo, cuando damos un rodeo en el remanso de un
río, o tomamos agua en un descanso del camino.
Dichas
percepciones son más evidentes cuando nuestras actividades se relacionan con el
arte, entre ellas, cantar, hacer una escultura, escribir, dibujar o pintar,
danzar…o cuando nos sumergimos en una actividad lúdica.
Se silencian
aquellas campanadas, el movimiento disfruta de su levedad, contemplando el humo
se congela en el aire, los anhelos se suspenden, aún nuestras creencias, y el
hacer o el no hacer es un destino sin destino, nos desprendemos de toda
utilidad. En esos estados el tiempo renuncia a su tic-tac.
Cuando menos
tiempo disponible tenemos más disfrutamos, valoramos y sentimos el ahora, y
todo ello es solo por hoy. La instantaneidad y esa prisa es otra cosa.
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