Inscripto en
el género prosaico paso a relatar algunos hechos de la vida cotidiana.
Necesitaba un
repuesto para mi auto pero como cambiaron al ministro de economía los comercios
de repuestos decidieron no vender su mercadería hasta saber la cotización del
dólar blue, o del oficial, o del mayorista, o del minorista, o del negro, o del
BCRA, o del Banco Nación, o del turista, o el gris, o el dólar tarjeta…
Por la mañana
dejé el auto en el taller de Daniel, mi mecánico de confianza. Le pregunté qué
colectivo podía tomar para ir al centro. Me indicó que en la esquina podía tomar
la línea 122. Subí a dicho transporte público y cuando le pregunté al conductor
¿Va al microcentro? ¿Dónde me deja? Me respondió con desdén y cierta
indiferencia con un gesto que podía interpretarse como un “sí”.
Pasado el
mediodía fui a una oficina de Santa Fe Servicios a pagar un impuesto. El
empleado –que estaba muy concentrado en su teléfono- me dijo sin mirarme –No tengo
sistema- yo le pregunté ¿Puedo sacar dinero? Sin levantar la vista me contestó ¿Cuándo vuelva internet?
Estas y otras
desventuras a mí me acontecen regularmente.
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