A
Jorge Carbo en sus 80 años.
“Disfrutando
la memoria, de los ríos que he cruzao'
Aunque casi me haya ahogao', sigo parao'.
Parao
(Rubén Blades).
En el banquete de aquel cumpleaños, en la mesa de las
mujeres y los hombres grandes, cada cual habló de sus veranos, otoños,
primaveras e inviernos, de los vientos a favor y de los vientos en contra,
resumiendo sus propios calendarios.
Los distintos tonos de sus colores, los variados sabores,
los suaves y ásperos terrenos, los agradables y rancios olores, los sonidos
placenteros y también los disonantes, esas percepciones tan individuales.
Distintos palimpsestos de los propios manuscritos familiares,
las huellas importantes que cada uno conserva como herencia, las que borra, las
que altera con otras palabras, el sustituto de algunos sinónimos y esa libertad
que a veces se conquista de re-escribir los pergaminos que datan de esos viejos
tiempos, esa escritura que a veces se descifra en la neblina. Novelas reales,
dinámicas e incompletas, esa saga de libros de varios tomos, que como Sartre
decía, esos ladrillos apilados en la biblioteca de mi abuelo. Cada cual
desnudaba aquellos escombros de una de-construcción sobre la cual diseñaba los
nuevos planos y espacios de su casa –uno mismo-.
Aquí y ahora uno escuchaba la diversidad de las cosechas,
los variados cultivos, la búsqueda de sus propias singularidades.
Al develar esa constelación
que nos va formando, que modelan la construcción del yo, en el ejercicio
del aprendizaje eterno, se descubre el edificio de su propia
arquitectura.
Uno es los nombres que antes nos han nombrado, esos deseos
en tatuajes invisibles, ocultos en la otra cara de nuestra piel, aquellos que
miran al interior de la conciencia en las últimas capas de su centro.
Uno es todas aquellas mediaciones, los contactos que hemos
sembrado, a veces, aunque no tantas, esa suerte de moneda con su cara y con su
cruz.
Uno es parte de la historia familiar, lo que hizo con aquellas
circunstancias, lo que aprende con los otros, de los otros y por los otros. La
adhesión al clan, sus rupturas y las reconciliaciones.
Uno es también ese papel en blanco que ha escrito buscando
ese efecto de sentido, el territorio que habita, aquel que ha conquistado no
con espadas sino con ternuras.
Uno es un poco de cada otro que ha depositado en nosotros su
confianza, que ha aceptado nuestras formas y es benévolo con nuestros errores.
Uno es lo que aprende y des-aprende, ese renglón pendiente que
espera otras palabras.
Uno es el horizonte que desea, sus intenciones, lo que hace,
lo que siente, lo que piensa, lo que crea.
Uno también es lo imperfecto, lo pequeño, lo frágil y lo
vulnerable.
Uno es lo que ama y comparte, lo que lee, lo que sueña, uno
es esos puntos suspensivos que aún necesitan develarse…
Uno es esa lista innumerable de instantes que recuerda, también
esos olvidos, las lagunas, la ingratitud de nuestra memoria. Los insomnios de nuestros parásitos mentales. Uno
también es aquel sótano y los perros que ladran, el lápiz que esgrime frente al
sufrimiento, uno también es el cuerpo vivido con sus placeres y con sus
intemperies.
Uno es ese microcosmos, los átomos de las cosas esenciales, esa
síntesis esa alquimia
Uno es el lago claro de sus lágrimas y esas miles de fotos de los álbumes
de nuestras particulares sonrisas.
Uno es…
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