viernes, 16 de julio de 2021

Sobre lecturas y escrituras.

 Primera Carta.

 

                             “A eso estaba acostumbrado desde chico, a salvarme con un libro o a salvar con un libro la maldición de la hora y olvidar la muerte o, si no lograba olvidarla, saber de su existencia. Acopiarlos uno por uno ayudaría a construir siquiera las paredes frágiles de un refugio o al menos de un puente.”

                             Jorge Monteleone (El centro de la tierra: Lectura e infancia).

 

Gracias a este compañero de textos o mejor dicho “de letras” porque a ambos nos une la lectura y la escritura, aún sin conocernos, me siento impulsado a contestarle  en este doble juego: de leer y de escribir.

 

Siguiendo el epígrafe en parecidas circunstancias yo escribía para exorcizar la pesadumbre de  las muertes cercanas y desde entonces  todo el abanico de emociones, las claras,  las oscuras  y las mezcladas.

 

Tal vez en aquellos fríos me abrigaba con un libro. No puedo precisar el momento de ese origen –siempre incierto- el encuentro inicial.  Quizás fueron las revistas mejicanas que canjeaba en los negocios de dos por uno, la casa de los usados en un garaje de 2 por cuatro devenido a biblioteca  del ex barrio la república de la sexta.

 

En los vacíos de la pubertad y la adolescencia me llenaba con frases y palabras, alquimia de la que me aficioné, lector y escribiente.

 

Algunas construcciones de las grafías  sonaban como un eco en algún lugar de mi cerebro, yo percibía ese ritmo silencioso,  un refugio de palabras.

 

Un verso era un talismán contra la muerte, un antídoto contra el olvido, un cicatrizante de heridas, unos “curitas” invisibles de las invisibles lágrimas, pero también el goce del juego, la aventura de leer el mundo, el viaje a otros universos, aquel asombro interminable.

 

El mundo real era mi casa, el territorio se extendía al barrio, a la escuela a no más de ocho cuadras de distancia, y al sur de mi casa, pasando la vía llegaba al portal de lo infinito, la biblioteca Constancio C. Vigil. No necesitaba ir tan lejos para conocer las guerras, las coaliciones y las alianzas, las grandes alegrías y sueños de la época, el claroscuro de lo humano…

(continuará)

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