Mi madre admiraba a los grandes escritores. En un cuaderno, herencia que tengo en mi biblioteca, atesoraba frases célebres, o como en una revista de época figuraba “Citas Citables” más tarde en otra “Perlas Cultivadas”.
Las re-escribía en las tarjetas
de eventos especiales y en las celebraciones familiares, muy común por entonces
las tarjetas de la primera comunión.
Las repetía como un mantra para
aprenderlas de memoria y expresarlas cuando la ocasión lo ameritaba.
En cada cumpleaños, también en
los casamientos tenía una frase hecha
que se hizo muy popular en los más allegados –“Que la felicidad sea eterna
compañera”- , esquela que había hecho suya y que se transformó en su firma, su
sello, su marca.
Quería ser maestra de trabajo
manual.
Yo había grabado a días de su
muerte –Tu semilla germina en nuestros corazones-. Más tarde una amiga reparó en su sueño, ese de enseñar y honrar
la palabra.
Tal vez, una célula invisible de
su conciencia habita en mí una parte de aquel sueño.
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