¿Se ha
preguntado usted que velocidad tienen las emociones? Una amiga cuyo objeto de estudio discurre por
los zigzagueantes espacios invisibles del alma, que personalmente prefiero
llamar, conciencia, me decía con gran
convicción que para ella la velocidad de las emociones estaba muy cercana a la
velocidad de la luz.
El darse
cuenta, de nuestra parte; responde a otras velocidades, y ni hablar del hecho de
hacer algo al respecto, de suerte tal
que ante situaciones de zozobra, pandemia - entre ellas - nos cuesta mucho más tiempo procesar o metabolizar
emociones tales como los trastornos de ansiedad, la angustia, el miedo…
emociones que deambulan por estos tiempos tanto como el virus.
Algunos
creen que no pasa nada y sienten que en este tiempo tienen como un resfrío psicológico pasajero, algo
así como decir –no es para tanto-, como si fuera una debilidad ser sensible a
todo lo humano.
Mi amiga recomienda en los casos del darse cuenta y
de pasar a la teoría de la acción, dependiendo de las particularidades
individuales y del entorno, la terapia
de la palabra y dos infusiones por día
de Valeriana, Melisa y Pasiflora. La receta, en el buen sentido del término, se
completa reflexionando sobre dos palabras interesantes: desorientación y duelo.
Mi experiencia personal es que además de ir a Google para ver dichos conceptos, dedicar un tiempo a elaborar y
redefinir el propio.
A veces
tenemos dos fantasías, una es la de ser omnipotentes, algo así como gestionar
nuestras emociones, controlarlas, como si fuera posible tener ciertos métodos y
protocolos para tales situaciones, cosa que me parece imposible. La segunda fantasía es la de la impotencia, algo así
como “comprar miedo” inmovilizarnos y no hacer nada. Y así vamos de extremos en extremos, del heroísmo a la cobardía con un exagerado infantilismo,
haciendo una evaluación distorsionada de la realidad, a sabiendas que no hay
muchos paraísos ni muchos infiernos.
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