jueves, 16 de abril de 2020

Infectados.



He salido  muy pocas veces de casa, en estos períodos de cuarentena extendidos y prolongados hasta que el coronavirus lo disponga.

Observo que las llaves de mi casa (un privilegio en estos casos)  se han oxidado, tal vez por el escaso uso que les he dado en estos veinticinco días, o quizás  por haberlas desinfectado repetidas veces con el brebaje confeccionado con  nueve partes de agua y una de cloro.

Entre mis variados temores, tan clásicos en estos inusuales períodos, no dejo de pensar si algún solitario virus del covid-19 se queda entre mis manos  y avanzando en conjeturar su destino, si el mismo se alojara en las hojas del libro que noche a noche leo y hojeo en mi cama. No quisiera imaginar que le podría pasar a mi biblioteca a juzgar por su capacidad de contagio.

Imaginen ustedes que destinos tendrían los personajes de aquellas novelas, como cambiarían  sus vidas y  sus muertes, y a mí, que de alguna manera he sido testigo de aquellas experiencias, ya que  de alguna manera también he vivido con ellos a través de la lectura.

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