“El sol se pone sin tu ayuda”
Proverbios de Rabinos (Narraciones
del Talmud).
A Liliana.
A Evaristo.
A Mario.
A nosotros mismos.
A veces por lo inevitable
o por elección, a veces por la
muerte o por un duelo de otro tenor, a veces por el azar o por la circunstancia, a
veces por un momento o por una larga construcción, los humanos vivimos lo que
nos toca vivir.
En esos momentos hasta
que el cuerpo no encuentre sus palabras, el piso será resbaladizo, aquellos
tránsitos se viven como un destiempo
entre lo que se siente, lo que se piensa y lo que se hace.
El viento sopla las
nubes, aquellas densas o esas blancas
que aparecen y desaparecen en el ánimo, los días son variables, el oráculo del
tiempo, en un mismo día anuncia sol, lluvias, nieblas ventiscas o un cielo totalmente despejado.
Este enero se parece al
otoño, aunque los ocres estén ausentes. Hay una apagada atmósfera, una variante
melancólica con distintos desniveles subiendo y bajando aquellas energías.
Recurriendo a la
escultura de las emociones, uno encuentra en los objetos, simbólicas
expresiones de sus bríos. El antiguo reloj de pared hace sonar sus campanadas,
para mi oído no tan muy musical, parecen lentas, pienso – tal vez me olvidé de
darle cuerda-, pero más luego compruebo que todo está en orden.
Los ventiladores de casa
se quejaron anunciando sus desperfectos, dejamos de usarlos hasta que el técnico
viniera a verlo, algunos días no pudimos aliviar el calor intenso.
El hidrómetro casero, otrora
el modelo tradicional de “la casita del tiempo”, hoy dos delfines (regalo de
Las Toninas) que cambian de colores, según esta el ambiente húmedo o seco, se ven frecuentemente violetas
o rosas anunciando un clima variable o lluvioso y pocas veces muestra el azul
que pronostica un tiempo bueno.
La lectura literaria
puede ser una especie de terapia, no exenta de algunas incomodidades, nos
acompaña en la universalidad de las problemáticas humanas, mientras que los
ensayos de escritura, de nuestra
escritura , a veces, alcanzan las palabras justas de nuestra complejas
subjetividades.
El dolor de los demás en
su expresión irremediable, nos roza la piel, quizás al sentirlo cerca también
sea el nuestro, por empatía,
vecindad, por aquel darse cuenta,
o por alguna tristeza que nos acerca.
Ante la imposibilidad de
disociar nuestra compasión, algunos síntomas se hacen evidentes, perdemos el foco
de nuestras tareas cotidianas, la agenda se altera, y la atención se dispersa.
El rojo del verano tiene
sus grises, a veces las siestas son intranquilas, alguna noche se altera,
vienen cansancios tempranos e insomnios tardíos.
Para otros el verano es
normal, un verano como tantos.
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