domingo, 21 de julio de 2019

Álbumes de fotos.




El peso arqueaba los estantes, cientos de fotos ocupaban los espacios y al hojear aquellos álbumes observamos, retratos e imágenes que no correspondían cronológicamente, fiestas, viajes, encuentros y eventos que se mezclaban, instantáneas fueras de encuadre, algunas movidas, varias repetidas  y otras con nitidez escasa.

Era hora de hacer la antología de aquellos momentos esenciales ¿qué fotos conservábamos? ¿Cuáles descartábamos? ¿Qué criterios de selección teníamos en cuenta?

Entre tantas reproducciones había personas que desconocíamos, un amigo de un amigo con quienes compartimos unas vacaciones, algunos invitados a alguna fiesta no tan cercanos, unos paisajes que en el soporte papel no mostraban la belleza que habían retenido nuestros ojos, y nuestro arte precario que no siempre captaba el mejor ángulo, la mejor luz o la mejor distancia.

La tarea no era sencilla y escondía  simbolismos más profundos ¿Qué recordamos? ¿Qué olvidamos? ¿Qué cosas de aquellas historias debemos dejar partir? ¿Cómo sanamos, valoramos o reconstruimos aquellos tránsitos? ¿Hacia dónde está orientada nuestra temporalidad?

Las fotografías nos interpelan y ellas no envejecen, con las estaciones  que pasan nosotros las miramos, con otros cuerpos, otras mentes. Las estampas se mantienen –como mármoles sus estatuas- mientras nosotros aquí y ahora somos una danza, cuerpos y movimientos en nuestros espacios.

Después de un trabajo paciente y constante aquellos compendios de tomas e ilustraciones reforzaron nuestra memoria episódica, ampliaron la conciencia del devenir, y como no puede ser de otra manera las imágenes acompañaron a las palabras.

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