lunes, 25 de septiembre de 2017

El camino de la memoria.



Agradezco a Jorge este cuento que surgió de su narrativa y que la subjetividad de mi escucha lo transformó en una extraña grafía.

Tomó el colectivo pensando que tendría el mismo recorrido, los laberintos del tiempo lo hicieron más tardío, creyó en principio que tendría el mismo camino, enseguida se dio cuenta que las calles habían cambiado de sentido, se iba por donde antes se volvía y se retornaba por donde ante se iba y él con tantas contra-flechas  dudaba si llegaría o perdería su destino.

Reconoció una casa sencilla del amigo de un amigo que conocía, el nombre no importaba,  la casa existía, le resultó un farol  en el mar de su olvido. Al pasar por la estación potabilizadora, observó la ausencia de un árbol inmenso en el vértice de una  esquina que se había perdido.

Ahora el mundo giraba más rápido y su lentitud lo percibía. En su mente un trabajo de arqueología llenaba los vacíos que la modernidad imponía. Hizo ejercicios de memoria, las calles extrañas se tornaron familiares, se acostumbró a soportar cierta extrañeza, los nombres se fueron aclarando.

El colectivo se internaba en ese mundo como si su neblina se fuera disipando, se bajó a 3 o 4 cuadras del barrio, ya sabía por la vereda que iría. Cuando llegó a la cuadra, centro de su identidad, descubrió siete casas iguales  que aún se mantenían, las otras eran nuevas o con fachadas distintas. El lugar era el mismo pero no la geografía.

En su nueva mirada jugaba con el plano de sus fotografías, como si su cuerpo anduviera al mismo tiempo por dos calles, de norte a sur “Diacronía” de este a oeste  la “Sincronía”. La panadería ya no estaba, igual suerte tenían  el almacén y la verdulería, tampoco estaban Pedro, José ni María.

Volvió a su casa, ahora lejos de ese olor a río que también era distinto. Al verlo su mujer le dijo- Cariño!!! Mira cómo estás, porque vas a esos lugares que duelen a olvido ¿cuánto tiempo pasará hasta que estés tranquilo?-

Estaba extenuado física y mentalmente, más aún no solo agotó su energía química, sino  también la psíquica y otra, para mí, más sutil y escondida;  casi sin reservas, superó  la nostalgia y la extrañeza, se sintió con un éxito inmenso, haberse reconocido, haber recordado la esencia de su  sí mismo. Esa, precisamente esa particular historia, tenía el balance perfecto entre el recuerdo y el olvido.



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