miércoles, 21 de septiembre de 2016

El mundo de las letras y de los números y otras definiciones.



Ayer, que suele ser un día indefinido,  leía en el diario un artículo de un periodista  en el que citaba a Unamuno, el  epígrafe en cuestión decía que el mundo se dividía en letras y números, una síntesis profunda para cualquier inquieto aprendiz.
Confieso mi predilección por las letras, debo admitir que mi  punto más fuerte es la semántica  tan cercana a la filosofía y a la psicología y el más ciego la sintaxis, curiosamente esta última  más próxima a los números, es decir a la lógica y la matemática.
Escribir para mí es una necesidad, una gran inspiración es todo aquello que me  pasa y toca  ese mundo sensible, donde el cuerpo es el principal protagonista, lo demás lo hace el cerebro. Otra fuente inagotable es la lectura, es imposible mantenerse neutro  ante la potencia de las palabras en cualquier texto que nos atrapa, de allí también surge el impulso por una suerte de re-escritura, que no es ni más ni menos que una lectura-escritura de nuestras  particulares percepciones, historias, contextos, circunstancias, decisiones, relaciones…

Sándor Márai en su libro “La Gaviola” nos dice:  “… porque  la realidad de la vida y de la muerte radica en las palabras”. Como no enamorarme de ellas, tenemos un cuerpo y una mente de letras, una historia antes de ser historia, un nombre antes de ser nombrado, un personaje de ficción antes de ser el actor principal, un código que ha intentado gobernar nuestros días con un abecedario de cálculos y  de reglas inalterables, tan dominantes en nuestros inicios y tan laxos en el medio juego y los finales, es precisamente  en esas imperfecciones, en esos puntos ciegos del tiempo,  cuando  el lenguaje cede a nuestros  matices personales, a la voz propia que después de algunas decenas de años conquista algún territorio de aquel  imperialismo de la lengua.
El escritor, el artista de la letra, a veces resulta un ser molesto, interpela, hace preguntas incómodas, es buscador, provocativo, aunque por momentos  esto último resulte exagerado. Algunos sobreactúan, son vencidos por sus propias vanidades, prisioneros de sus egos  y de su cultura personalista.  Pero hay otros que  no caen en la trampa del narcisismo,  no apelan a  la ironía extrema, evitan el cansancio de la burla y buscan las profundidades despojados de excentricidades, y alcanzan lo sublime, en lo ético y estético,  trascendiendo el claroscuro de lo humano.
Soy un hombre  de preguntas más  que de respuestas, las segundas suelen ser más inciertas, muy acomodadas a las circunstancias, algunas de aquellas  contestaciones tienen varias alternativas, varias  son personales y otras generales, ciertos interrogantes jamás  tendrán revelación  alguna y a veces abandonar una  pregunta es la réplica más valiente y sabia.



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