Entrenador de nadadores competitivos, mis nietos
entre ellos, participante activo en los Torneos Nacionales de distintas categorías, representante técnico
en diversos torneos internacionales, apasionado defensor de su Deporte, son
unas breves líneas de su abultado currículum, mención necesaria para delinear el
contexto. Breves líneas que seguramente el escribiría mucho mejor.
Con tal profesión resulta evidente que la valija es
un elemento imprescindible de su tarea, acostumbrada a viajes, aeropuertos
y traslados a decenas de piletas,
característica que le permite ostentar
el título de viajero y no turista.
En un intercambio fugaz que nos ofrece la tecnología apelamos a una breve escritura sobre sus percepciones y sentimientos acerca
del contenido de su valija, me comentó las cosas inmateriales e invisibles
que llevaba dentro de ella, sueños,
deseos, necesidades, ansiedades, proyectos, y de todas ellas las cosas que
traía a su regreso, los aplausos y los desencantos.
Me invito a escribir, contagiándome esta inquietud,
sobre este objeto tan común y a su vez tan cargado de simbolismo. Nosotros sabemos
que la tarea es imposible – y aquí apelo a la complicidad del lector- ya que el otro es otro y las percepciones,
entre varias cuestiones más complejas son personales, tan únicas como personas hay.
Aunque también es cierto que revelarnos en la comunicación desde cada
perspectiva es el puente que define los supremos valores de nuestras relaciones.
Imaginé que la valija bien podría ser una mujer
idealizada que lleva a todas partes, una
manera de viajar con ella, de estar y hablar con ella. Avanzando en el delirio,
del cual cierta cordura después me permita retornar, me preguntaba ¿Qué cosas
lleva? , no sería extraño, por esas cuestiones mágicas, que llevara una pileta
dentro de ella, a la que sólo puedo describir con sus azulejos de color
turquesa, andariveles de color y sus clásicas “rayas negras” objeto de
reflexión de sus propios deportistas.
Para los más objetivos y concretos es posible que
llevara: dos cronómetro ( a veces 3), una notebook, una carpeta
repleta de nombres y tiempos, un libro muy técnico y muy gordo que seguramente
no podría leer pero que le daba cierta tranquilidad tenerlo, un block de notas
aún en blanco, 4 biromes de color (negra, azul, roja, verde) un resaltador
amarillo, 5 remeras, un buzo completo deportivo, una campera para la lluvia, un
pantalón negro, un par de zapatos, un par de ojotas, algunas fotos, una camisa,
un pullover, 6 mudas de ropa interior, 3-4 pares de medias, un cepillo de
diente, crema dental para viaje, una soga elástica, 6 ganchitos para colgar la
ropa, un alicate y lima para uñas, una Victorinox , un botiquín y un amuleto.
Estas las cosas materiales… pero en los huecos de la maleta, en los
intersticios, en esos espacios vacíos ¿qué otras cosas llevaba el Señor Ortiz?
A los objetos le damos vida, los humanizamos como
una extensión de nosotros, la oportunidad de escribir buceando en el cruce de
las subjetividades y lo imaginario, me impulso a sumergirme en esas aguas. Recordé que las ollas de mi
madre que aún existen, no tienen la vida
de antes, quizás hayan muerto con ella y hoy representan el recuerdo grato de su cocina,
del amor por juntarnos con sus ñoquis, la alquimia de paladear los afectos.
Imagino la carta de Ortiz a su equipaje, sus amores
y desvelos, cuántas ilusiones que no son tangibles ni tienen peso a la hora de
despacharla en el aeropuerto. Mi tarea es imposible porque no puedo hablar de
lo que siente, sólo sé que cada amor tiene algo de incomprendido, el otro ama
de otra manera, esto es bueno saberlo para no sumar dos decepciones, una
relación sana quizás resida en tolerar un monto indeterminado de nuestra
natural incompletud, quizás de esta manera, desde la empatía pueda acercarme a
la dermis de su piel no sin antes recurrir a cierta disociación instrumental,
es decir, identificarme pero a su vez
mantener una distancia para que mi rol específico de escribiente no sea abandonado.
De todas manera nosotros sabemos que este escrito
solo alcanza las orillas de ese océano,
que abarcan el mundo interno y sus sentires,
esto es sólo una traducción aproximada e
incompleta de algunos intercambios, donde se mezclan lo real y lo simbólico, sabiendo
que todo no puede pesarse ni medirse con la balanza de las evidencias.
Siguiendo con estos permisos de la escritura, uno
puede también jugar con lo que no ve, pidiendo disculpas de antemano por el
atrevimiento, no veo en la valija espacios de silencios, esos pequeños lugares
que quedan entre dos prendas, en algunos pliegues de la ropa, esas zonas que uno
inventa, que a veces requieren una modesta variable temporal de treinta
minutos, puede ser un café fuera y lejos de la pileta, una plaza, un banco
frente al río, una biblioteca en silencio… un lugar donde estar y no hacer nada
y escuchar la sabiduría del silencio.
Sugiero, intromisión
mayúscula de mi parte, llevar un libro pequeño de filosofía,
preferentemente de los clásicos que tan bien entienden de las pasiones humanas,
u otro de literatura, sin importar el
género, por iguales razones, no me atrevo a recomendar ninguno porque los
libros hay que degustarlos personalmente, algunos tienen sabores dulces, otros
amargos y en los mejores están entremezclados. Los libros necesitan ser
re-escritos y lleva un tiempo animarse y esperar el proceso que culmina con sus
regalos.
Si bien podemos acordar que los aprendizajes
técnicos son muy importantes, los más valiosos son los aprendizajes afectivos
que traiga en maletín de sus viajes.
A la espera de este correo veloz y eléctrico, un mail de tus
nuevos y grandes viajes, así intercambiamos con tu valija mis viajes
imaginarios.
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