“Uno puede contemplarse
a sí mismo, observando como lo ven los demás.” I Ching
La vida no puede existir sin relación… Toda relación
actúa como un espejo…
Comprender la relación
es infinitamente más importante que la
búsqueda de cualquier plan de acción…
La relación implica
contacto…
KRISHNAMURTI
Uno se sorprende en
actitudes que suele criticar en los demás, relaciones que reflejan imágenes de palabras:
sinonimias de prácticas, modos, usos y
costumbres.
Es curioso que uno no pueda verse a sí mismo con sus
propios ojos, me refiero a esa
incapacidad perceptiva que solo podría solucionarse recurriendo a un
espejo, artilugio artificial externo a
nuestros órganos que soluciona dicha cuestión parcialmente, ya que nuestra
visión sería un reflejo de aquel cristal. Tal limitación se podría atemperar
recurriendo a otra manera de ver, al
dialogo consigo mismo, posibilidad no tan ejercida por muchos a juzgar por
escasas muestras de análisis y
reflexiones y la poca popularidad que tiene el
goce del este arte. Si dicho
placer lo extendiéramos a nuestras
relaciones más profundas descubriríamos el tesoro de la conversación, y con ella la gran sabiduría,
los sabores del aprender, la secreta
sensibilidad y la poderosa cercanía.
Nos decimos y nos repetimos que “el otro es otro”
pero no somos benevolentes con las
decisiones que toman los otros, nos falta practicar el respeto y la aceptación,
esa calle de doble vía, que a veces tomamos a contramano.
Frecuentemente
queremos que “la arqueología de nuestra moral” sea el patrón que el otro
tenga que respetar, La mayoría evangeliza, hace proselitismo, busca adeptos,
disciplina, recluta espías. No
comprendemos que cada uno resuelve su vida y su circunstancia, jugando con las
cartas que tiene en la mano.
A veces uno opina –sin que se lo pidan- de acuerdo a
su mirada, a esa forma particular de ver la realidad, pero ¿cómo
ha construido esa super-visión? …
¿qué múltiples variables en ella han
intervenido? ¿las raíces nos son
distintas a las de su vecino? ¿quién puede pesar las subjetividades que cada
uno lleva consigo? Verbigracia: el nombre que nos han puesto, las creencias y
no creencias, supersticiones o nobles gestos que por mimesis hemos incorporado
en la base de nuestros cerebros, el orden de nuestro nacimiento, la historia
familiar, aquellas circunstancias…
Cada uno hace
lo que puede y se permite. Cada uno elige entre lo que es y no es, con la
educación que le dieron y con la propia educación, que ya mayor, a veces, le
permite corregir algunas cosas de un libreto que no ha escrito y que no le pertenece, aunque consecuencias le ha
traído; y de otra novela con vos más propia que algunos se animan a escribir.
Hasta creo que entre las múltiples opciones, envejecemos distinto.
Si fuéramos más pacientes y amorosos con nuestro
carácter y hasta con nuestras caídas; si no fuéramos tan voraces por cambiar tantas
cosas, algunas cambiarían naturalmente. Con menos ambiciones propias y
ambiciones hacia los demás las cosas tal vez serían más amorosas, la cultura no
tendría tantos malestares y encontraríamos más gestos de ternura. Los rostros
del deseo no serían laberintos interminables, viviríamos mejor con menos ajuar y con poco maquillaje.
Podríamos preguntarnos poniendo algunos límites, por
ejemplo no insistiendo en aquellas
preguntas que no tienen respuesta, no volviendo a retomar las que ya hemos
contestado, y tratando de resolver a
nuestra manera los nuevos interrogantes.
¿Será cuestión de perspectiva? No me refiero a la
profundidad del dibujo sino a esas relaciones que tiene el yo-observador, con su
circunstancia, su percepción y su juicio. Varios observantes tienen distintas
perspectivas, gobernante y opositor, hijo y padre, maestro y alumno, joven y
viejo, psicólogo y paciente…
En una película llamada “Cigarros” uno de los principales personajes
fotografiaba su esquina todos los días, en su proyecto ponía tantas energías
que ni siquiera se permitía tomarse vacaciones unos días.
… Pensando en esta metáfora, imaginaba la escena
fotografiando el mismo cuadro desde un
mismo ángulo, con la misma cámara, con igual apertura de diafragma, con
idéntica velocidad…
Y con el mismo ritual de aquellos hábitos, las fotos
resultaban siempre distintas, la primera diferencia era el tiempo, en este
sentido la única semejanza podría ser la
hora, pero el día era otro, y otra era la mañana, otra era la calle, no porque
fuera otra ochava desde las que se imprimían aquellos imágenes, la variación de las circunstancias,
los personajes que pasaban, el humo denso o invisible, según la humedad o
sequedad del ambiente, los cuerpos que cambiaban, las posturas, los tonos musculares,
las energías, lo los nuevos o los repetidos habitantes congelados en un
instante, antes o más tardíos del punto medio de la esquina a la que apuntaba
la cámara, las vestimentas nuevas, otros peinados, otras barbas, maquillajes y gestos que
cambiaba a cada segundo en cada mañana.
Me desorientaba este cuadro pensando que
todo pudiera tener un destino tan pasajero y vago y que uno pudiera mudar tan rápidamente de una enorme
pesadumbre a una enorme alegría, que un pensamiento, una idea, una inquietud
nocturna - como esta que tengo ahora - nos hiciera perder el sueño, en el tiempo que vive una chispa.
La cosa era distinta según el lugar y el tiempo en
que la mirara.