A diferencia de “Funes el memorioso”, García recordaba poco, tuvo
el firme propósito de juntar sus fragmentos, no
le servía preguntar a los otros las señas de su tiempo.
Acumulo pequeños eventos incompletos y fue trazando un mapa, mejor
dicho, un bosquejo conjetural de sus momentos, curiosos borradores que fueron
quedando impresos.
Aquellas historias mínimas fueron modelando biografemas que le
resultaron de gran provecho, entre un
soplo y otro de ese tiempo y a destiempo, tardíamente lloraba o se ponía contento.
El relato se fue construyendo a medida que escribía o hablaba en
su dialogo interno, elegía las palabras, borraba los excesos, y un
extrañamiento le aparecía cuando leía
los textos.
En los océanos de sus memorias, por los mares reales, simbólicos e imaginarios
que navegó, en cuatros islas de sus tesoros, puso faros que alumbraron su entorno, y empezó a
ver en el cielo de su firmamento una
pequeña vía láctea de luces, puntos blancos
sobre un fondo negro, chispas, faroles, pequeños
fuegos, una versión de sus momentos.
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