lunes, 21 de septiembre de 2015

Anatomía Experiencial: Ejercicio 1 “Narrativa biográfica de mi corporeidad”



Es difícil precisar exactamente las coordenadas del cuerpo vivido y la conciencia, ese cruce de caminos, ese encuentro, el registro del asombro y sus  misteriosos hallazgos, cuando uno se empezó a mover en este mundo, el instante en que el cuerpo empezó a tener  historia. Diacronía y sincronía de nuestros tránsitos.

Hago esta dulce tarea de a sorbos, saciando esa sed gustosa de la escritura. Buscando lentamente cuándo mi atención tuvo memoria, mirando el universo en la noche, buscando en la contemplación – lejanas estrellas-   que aún mantienen el titilar luminoso de mis recuerdos, grabar en la fragilidad de un lápiz esa  grafía que relata el  diálogo  con el ayer y el aquí y ahora, con las  metáforas y cuentos que uno vive y/o se  inventa y que afirma y firma al final de esta hoja. La charla de esta narrativa con los inicios de aquella identidad.

Yo tenía en mi niñez una fascinación por la velocidad, el riesgo y la aventura. Las experiencias motrices significativas tuvieron un comienzo intuitivo,  era el primero en alistarme en una  contingencia osada, aprender era una inmersión completa en la práctica. Cierta vez –a la carrera- me corté con un gancho de hierro enclavado en los bordes de la cancha del club Sportsment Unidos de Rosario, a tres cuadras de mi casa, el corte terminó con once puntos en la Cruz Azul de la Calle Pellegrini, al otro día ya  estaba en la iglesia del Pilar con  el  vendaje correspondiente tomando mi primera comunión. Este fue el primer indicador de mi fruición por la actividad física, confirmado más tarde con algún desgarro en rugby, un esguince en handball y recientemente con  otro corte de unos  10 puntos en la cara interna del muslo izquierdo, haciendo trabajos de escultura - amoladora de por medio- . No obstante estas pequeñas vicisitudes, el placer siempre superaba ocasionales lesiones,  a las que siempre consideré como “gajes del oficio”.

El Club Temperley daba a la medianera de mi casa, tenía, su clásica cancha de básquet, un escenario para los espectáculos de baile en el vértice, sillas y mesas de madera tipo tijera, y su clásico buffet. Allí desafiaba a cualquiera a correr de baranda a baranda, por aquel entonces  tuve  una larga  ambientación en  el básquet, aunque no llegue a ser jugador.

Para mi aquellas vivencias eran plena diversión, desde hacer los amortiguadores de los autitos de carrera hasta imaginar un velódromo en la vereda, o hacer un karting con rulemanes viejos y algunas maderas. Tenía y tengo con los juegos motores una relación carnal, la agitación en mi pecho, el fluir de la sangre, la transpiración, la excitación del peligro, la satisfacción de un logro, un entusiasmo que desbordaba mis apetencias.

En la calle jugábamos al “Hoyo pelota” con su “capilla 3” y fusilamiento, la pelota era de trapo o una “pulpito” que abarcaba en una mano. El tranvía ( Nº4) era una atracción especial, yo  lo corría y lo tomaba a plena marcha subiendo por detrás, rápidamente tocaba el pulsador  de la campana antes que el compañero del “Motorman” me expulsara, Completaban aquellas hazañas estaba  de adrenalina y éxtasis, las caídas en patines y la bicicleta sin manos.

Manipulaba objetos, juguetes y herramientas, mi padre comerciante dedicado a la compra-venta tenía un galpón en alquiler para su oficio, allí  separaba una montaña de metales, cobre, plomo, aluminio, bronce y otros, motricidad fina que requería cierta destreza, aquello para mí no era trabajo sino una  recreación, También subía y bajaba de los camiones o de un jeep  comprados en los remates del ejército. Entre otros  estímulos saltaba entre  altas pilas de postes de quebracho y fardos de varillas que se compraban en las provincias del norte. Tales competencias  con las herramientas eran también un entrenamiento que  hoy en día sirven  para mis ejercicios de escultura.

En la adolescencia  había cambiado de barrio aunque permanecía en la república de la sexta, ahora vivía en Alem y Viamonte, en el barrio y con la barra del vecindario jugábamos a un fútbol de potrero con una  pelota de cuero  engrasada con sebo de carne vacuna, deporte en el que no me destaqué. 
En el verano hacia de peoncito de mi padre en las vacaciones del colegio, fletero de gaseosas con un Bedfort 50,  llevando los cajones individuales de” Pepsi Cola”  o los  familiares de Paso de los Toros. Estas sobrecargas formaron mi cuerpo en fuerza y resistencia – cualidades de todo trabajo no tan especializado.

Mi madre decía,  “Un abrazo de Horacio es un moretón” indicador de que mi tono muscular era elevado, coincidente  un amigo afirma: ”Cierra la puerta del coche y la hace giratoria”.

Las clases  de Educación Física  me facilitaron el aprendizaje de la  natación; privilegio de la Escuela Comercial Manuel Belgrano y del Normal Nº3 que tenían el lujo de contar con una pileta de natación climatizada y un gimnasio cubierto además de grandes patios de escuela estatal donde disfrutaba del Handball  haciéndolo con entrega, vehemencia y pasión. El Prof. Brasesco nos daba clases de Gimnasia Correctiva.

Al enfermar mi padre me hago cargo de su trabajo, fletero de Igam,  una empresa que vendía artículos para la construcción, allí conocí lo obrajes  y con Colazo y Toranzo –peones quizás olvidados- me ganaba  los fletes como camionero y a ello le sumaba  el jornal como obrero, estibando cientos de bolsas de cemento blanco de 50 kg y piedras para mosaicos, otra asistemática sobrecarga.


Por el terciario, las experiencias motrices se amplían en el profesorado, mi inclinación visceral se orientaba a  los deportes de equipo. Fuera de la formación y más por condiciones que por gusto, hacia Atletismo en el Club Provincial dónde participé en torneos provinciales de jabalina, bala y cien metros llanos. Más tarde federado en Rugby.

En la adultez avanzada, las técnicas corporales, el Tai Chi, la Natación, el Yoga y Snorkel en algunas vacaciones. He aquí las huellas y las marcas, el adn de mis energías y entusiasmos.



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