Jorge me decía en el café Fellini que el
inconsciente es un hijo de p---, yo tenía mis dudas al respecto, por un lado
coincidía, pero por otra parte, también
dudaba ya que en muchas oportunidades los sueños -como hallazgos- me develaban
verdades personales, motivo por el cual termine diciéndole -pero en el fondo es un buen tipo- previo a
convenir con él, que para bien o para
mal (si es que se puede hablar en esos términos) nuestro personaje, no es ni ingenuo
ni inocente.
En las páginas en blanco de nuestra historia,
ahí debajo de nuestros pies, en aquellos sótanos individuales y personales,
como un viejo vino añejado por novelas de papeles amarillos y nuestras propias circunstancias, a veces a
nuestras espaldas, fuera de nuestra vista y de otras finas percepciones, la
sombra hace sus cosas.
En su cueva, a escondidas, sin palabras o
con la lengua indescifrable de
nuestros fantasmas. Aquellas cuestiones cursan silentes
cuando duermes, en el momento de tus profundos descansos, a contramano de tus
intensiones, sin brebajes ni jarabes que lo calmen. ¿Con qué lo alimentas? Él,
sin darte cuenta, se mete en la madrugada en tu cerebro, insomne
busca y saca como un ladrón sus provisones, y se lo lleva allá abajo, en la grieta de tus cimientos en el humus de su casa subterránea.
Cuando tú
alcanzas sus umbrales, la piel de su universo, los bordes de sus capas, cuando
le ganas una mínima pulseada – no te la creas- él apela al humo y la neblina, a
aquella lluvia fina, a una
ventisca o una nieve copiosa y blanca; allí – como uno más de sus recursos- esconde
algún secreto, te roba la palabra y sólo desnuda el sufrimiento detrás de un
vidrio opaco.
Breve e interesante. Saludos
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