Uno de los temas existenciales fuertes de
nuestra naturaleza humana es el tiempo y las distintas actitudes que tenemos en
relación a él. Cada cultura está
influenciada por la temporalidad ¿orientamos nuestras acciones hacia el
pasado, el presente o el futuro?
¿Le damos importancia significativa a las
tradiciones? ¿Al “aquí y ahora”? ¿Al
por-venir? Estas decisiones se
transforman en un vínculo que define nuestra forma de ver y de andar por el
mundo.
Tal vez alguno recuerde una serie de
televisión de ciencia ficción (1966/1967) titulada “El túnel del tiempo” en que
dos científicos podían migrar por distintas épocas en hechos trascendentes de
la humanidad, realidad que hacía posible una máquina del tiempo.
Me preguntaba ¿Qué pasaría si esas
personas que fuimos en nuestra propia historia, podrían mudar de su pasado
a este presente y tener una charla con nosotros en este aquí y ahora?
No propongo tele-transportarnos nosotros a ese
tiempo-espacio pasado para percibir realmente los instantes que no pudimos mirar o escuchar
vivamente otrora por una incapacidad transitoria de discernimiento o de
entrenamiento vivencial o de una simple elección, a sabiendas que siempre pudimos y podemos –hasta ahora- ver y oír entre otras cosas.
Tampoco tendría sentido volver sobre nuestra historia para llenar
tiempos oscuros, lagunas o borrones, cuando fuimos observadores pasivos o
ciegos, para reparar lo que no podemos justificar o encontrar sentido, o cuando navegamos al garete como un
investigador ajeno a sí mismo sin disfrutar de esa aventura, o cuando no tomamos parte o cuando no fuimos
conscientes de aquella profunda soledad. Nosotros sabemos que las elecciones
también excluyen, o dicho de otra manera, en cada “sí” hay un “no”, de lo contrario
tendríamos un síndrome atroz ya conocido, el eterno padecer de “Funes el Memorioso”.
¿Cuántos “yo” conviven en uno? ¿El niño, el
padre, el adulto, el amante fiel de los afectos y de la vida? ¿De qué momentos podemos dar cuenta? ¿Qué piedras importantes hemos tirado que han hecho mover las aguas del
nuestro estanque? ¿Qué suma de mínimas decisiones nos permiten avanzar hacia
aquel soñado horizonte? ¿Cuándo fue que aquella osadía plantó esa bandera de
identidad?
En el tránsito, es decir, en el proceso, hemos
aprendido que no podemos volver a las estaciones que han pasado, por el
contrario, hacia las nuevas estaciones avanzamos. El propósito es inverso, no
es volver, sino todo lo contrario, es traer a nosotros lo que nos permitió ser
lo que somos. Encontrar las relaciones, el paralelismo que nos identifica, las
señas y las señales.
Sin nostalgias he hecho ejercicios de viajes
imaginarios para facilitar esos encuentros con mis propios personajes, al
escribirlos es probable que les atribuya y me atribuya valentías exageradas
(recursos o vicios de escritor).
Al hablar con ellos siempre vuelvo con un
hallazgo, o una sorpresa, lo que me permite inferir que cada receptor es
también un emisor, de tal suerte que, la palabra va de una forma y vuelve de
otra.
A esta altura quizás sea oportuno decir que
aún no he alcanzado la locura, como prueba de ello puedo expresarles que esto
es una fantasía, que puedo volver de esa irrealidad, aunque convendrán conmigo
que toda ficción encierra una certeza, lo que siento, pienso y vivo mientras la
imagino. Una amiga de letras, me tranquilizo en relación a estas cuestiones de
la escritura, “si puedes ir y volver de esos dos mundos” –decía- todavía mantienes la cordura.
Como argumento a favor del experimento que les
hablaba, puedo afirmar que las cosas que se viven toman dimensión y sentido
cuando hay lucidez del acto, y esto, a veces, no ocurre en el preciso
momento de la acción, habitualmente la reflexión es a destiempo, con frecuencia
alejada de la experiencia, necesitando –a veces- dicho desfasaje, meses o años.
No es casualidad que esos coloquios surjan en este ciclo
vital, tampoco son flashes o fulgores momentáneos, por el contrario, se suceden
lentamente en algunas caminatas por los parques entre ocres luminosos y
brillantes o en un banco frente a un lago cuando otros parloteos se han alejado
–quizás esta última referencia sea un implante de la lectura de “El otro” de
Borges, a saber: “Yo estaba recostado en un banco, frente al río Charles...”-.
Tal vez un cierto amor por los libros me
juegue una mala pasada y en esta indagación haya hecho inconscientemente propio palabras de terceros. Me tranquiliza, que
de ser así, en el peor de los casos, he elegido de ese vasto universo que es la
literatura, lo que más resonaba en mí. Si tal situación aconteciera podría
sentirme un re-escritor o un traductor de esta filosofía vacacional y de mero
principiante.
Insisto,
el proyecto no es volver al pasado, la intención es traer al presente un
mayor nivel de conciencia de aquellas circunstancias
y las resoluciones de aquellos problemas que te
permitieron ser lo que eres.
La experiencia de estos diálogos no modifica
el pasado pero si tengo evidencias que enriquece el presente. La
propuesta se sintetiza en que dos
tiempos se encuentren en el cruce de dos esquinas, una intersección que
facilita el vínculo con esos "otros" que una vez fuiste. Es como dar vuelta el
reloj y en ese rodeo ver tu vida hacia arriba y abajo, adelante y atrás, a lo largo, a lo
profundo y a lo ancho.
No se asusten de esta ilusión , ella si bien
tiene laberintos de sueños y de espejos, el lápiz flexible de tu narrativa se
encargará de hacerte volver a tu cuaderno. Debajo de nuestros
renglones hay sombras de otras letras, subtítulos de aquellos nuestros mentores
que nosotros hemos creado.
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