Al niño grande le brilla la mirada
frente al espejo del destiempo
a la luz de sus
planos y las distancias
-emisor y receptor de esta gimnasia-
el niño chico ya tiene una imagen de palabras
hecha de trama y urdimbre inventada,
sin máquinas ni lentes de esculturas instantáneas;
no sé quién en su mismo cuerpo se pregunta:
¿Quién lee aquellos cuentos y poesías trasnochadas?
¿Quién lee aquellos cuentos y poesías trasnochadas?
¿Quién llora la primogénita herida
de esa soledad acumulada?
¿Quién es el que ha sido?
¿Quién es el que me dicta –aquí- al oído?
¿Quién está desagotando el lago de sus lágrimas?
Los dos niños se abrazan
con una ternura
-para ellos- inigualada
un fulgor de conciencia
ilumina aquel desierto
de sus ignorancias derrotadas.
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