jueves, 21 de julio de 2011

Las emociones viven en un conventillo.

Mi casa es un conventillo totalmente ocupado. En él viven también,
parientes cercanos y lejanos. A veces vienen en comparsa, sin que los invite, los llame o tenga ganas de estar con ellos, de pronto, irrumpen y se instalan en mi living pequeño.

El patio de uso exclusivo y bien común, es amplio, dilatado, popular y solidario. Hay un parral añoso con una glorieta enmarañada, la sombra verde como toldo natural refresca las tardes del verano. Macetones rojos, obesos de tierra con helechos y malvones bien cuidados. Espacio que se llena de voces, coro a veces armónico y otras disonante.
Baldosas de dos colores, una suerte de damero, el ajedrez soñado por Borges. Al patio miran todas las piezas, algunas con celosías, esas que esconden con celos los objetos más preciados.
En ese ámbito cercado –la micro aldea- una vez por año se renuevan los colchones, una maquina manual apunta a los rincones y en la ochava se vuelve a recuperar aquellas lanas. Las mujeres reciclan los pulóveres, una trama de abrigos en su urdimbre, tejiendo redes multicolores.

Heterogenia comunidad de hombres y mujeres, personajes de todo tipo, una miscelánea humana, entre ellos, poetas cuyos versos no han tenido papeles con olor a imprenta, también cantores, artistas bohemios que asustan a la sociedad capitalista, occidental y cristiana.

La Esperanza con su fe y utopía, suele hacer ñoquis algunos domingos, excitada se levanta a las seis de la mañana, y en el sueño junta los afectos en su mesa grande, invita a la familia Alegría y a la Felicidad. Tres platos el menú, entre ellos, el estofado.



Al aire libre sin vergüenzas ni secretos la abuela Ad-miración, cura el “mal de ojo” sabe internamente de la mirada persistente y maliciosa de mezquinos y envidiosos. En un plato sopero, lleno de agua hasta sus bordes, deja caer unas gotas de aceite sobre la uña de su pulgar, y estas al derramarse se precipitan sobre el agua con extrañas figuras – yo desconozco que encuentra y cual es su terapia. Me fascina su empeño y la ceremonia.

En el centro de la casa pernoctan el Temor, la Ira, la Tristeza y el Placer, sus irrupciones son exageradas pero sus acciones no duran mucho tiempo, ya que sostener tales extremos fatiga en exceso.

Organizar la convivencia no es fácil, yo estoy con ellos todos los días; gente laburante de buenos y malos modos: - algunos parientes es mejor perderlos que encontrarlos, pero vió- que puede hacer uno, son de la misma sangre -.


Hay Ofertas y Demandas de todo tipo, algunas innombrables. La comedia y la tragedia van juntas como hermanas a todos lados, una va adelante y la otra detrás y frecuentemente se cambian, según la suerte de las monedas – que uno advierte - en el teatro de sus caras.


En el bodegón de la esquina, la Ambición con insomnio sirve café a los perdedores de la noche. Eros juega a las cartas con Thanatos, uno jovial, extrovertido y esperanzado, el otro pálido, mineral, callado. Edipo compra su nueva casa lejos de su madre.
La Ira siempre tiene el corazón agitado y las manos rojas, quizás por desmesura. El miedo un masculino de rostro pálido, la Felicidad frecuentemente entusiasmada y de buen estado de ánimo. El amor calmo, tierno, satisfecho y relajado, La sorpresa siempre eleva las cejas con sus ojos desorbitados, el Disgusto hace muecas, La tristeza con su paso lento, aplastado y cansado, la avaricia tan glotona de saberes, objetos y poderes.

Con todos convivo, me tocan, me rozan, habitan y deshabitan mis estancias.

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