He buscado el origen y la historia de esa palabra que tiene
sus bordes afilados. La escribo desde la
“tierra de nadie”, es decir desde los márgenes, no para excederme de los
mojones de mis propiedades sino para mirar el territorio, la extensión de mis
escasos dominios, mirar con cierta perspectiva mis expectativas y necesidades, encuadrar el paisaje según la circunstancia de
las etapas vitales de los tránsitos.
El área de mi influencia no llega más allá de mis manos. El
cuerpo necesita la columna recta y estable, la rodilla no puede ir más lejos
que los pies y los pasos tienen la medida de su alcance.
Despojado de los extremos, es decir de las omnipotencias y de
las impotencias me someto a la vulnerabilidad de lo humano como la medida de lo
que puedo y no puedo hacerme cargo.
Al poner mis propios límites impongo también como quiero que
me traten.
Entre la simpatía y la antipatía está el sendero de lo
intransitable, pasar aquella línea es entrar en un espacio ajeno, entrar en una
propiedad que no nos pertenece, es la casa del otro o de la otra.
En estas cuestiones de la vida no se gana terreno chocando y
empujando, en esto no se puede correr hacia adelante.
En el sentido amplio la salud es el límite de lo humano, y
esto abarca lo físico, lo emocional y lo mental. A veces aquella frontera es
imprecisa, más es vital y necesaria para preservar nuestra integridad a veces
coherente y a veces lastimada.
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