La primera fue un garaje de revistas y libros de canje.
Biblioteca rústica si las hay, con estantes hechos a mano, novelas policiales o
de guerra, revistas mejicanas, los
comics de Paturuzú, la Colección Robín Hood…
No recuerdo tanto la biblioteca de la escuela, tal vez haya
sido la segunda de mi historia, por ese tiempo era un principiante lector
anarquista. Prescriptiva, moralizante muy normativa, exageradamente pedagógica,
no invitaba a jugar, a esa aventura que necesita el cuerpo y el inconsciente.
La tercera fue la Vigil, un universo de sorpresas, y ese olor a nuevo que nos invita a viajar,
un templo de silencios, yo todavía sin saber que religión profesaba. Hallazgos,
asombros y aquella libertad de elegir.
La cuarta es la propia, elecciones caóticas, algunas
racionales, regalos, algún libro transitorio que me prestaron, libros que
esperan y otros que se compran religiosamente todos los meses.