La ciudad es un organismo vivo. El tránsito calmo
de sus arterias, algunos vestigios en las calles, tal vez por la resaca de
algunas libaciones (término periodístico
de un amigo) de unos excedidos transeúntes.
El tiempo bosteza sus cansancios, una forma de suspender sus ritmos, deseos y necesidades
bien intencionadas y una realidad que se cansa de contradecirlas.
El sol nos mira incrédulo y parece decirnos –disfruta
el día, aquí y ahora vale más que el dólar-.
Hasta los teros y sus crías están tranquilos,
merodean, me acompañan y como yo observan y callan.
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