(*)
“Mimulus (Flores de Bach) es la flor que
saca a la luz
el valor y la
fuerza en este tipo de personas, de tal manera
que puedan
enfrentarse a los retos del día a día…”.
Parecido a
un niño que se abraza a su peluche, adherido a mi zarcillo me sostengo en la
escritura, a veces en la lectura de un libro que me acompaña. Talismán,
amuleto, bastón, quitapesares, alquimia de una flor que atemperan esos miedos,
esas medicinas que me permiten transitar el mundo.
Esa moneda
de dos caras, la lectura y la escritura, tienen un conjetural nacimiento, entre
otros, por una incertidumbre o una herida sangrante, quizás de un suspenso prolongado,
tal vez del exorcismo de alguna pesadumbre o del invento de un fantasma que
sabe elegir la palabra justa ante variadas inquietudes.
Uno sabe,
ustedes también, que todos esos rituales son un vano intento de sostener lo que
al fin se nos escapa, la ilusión de ser por un instante inmortales, el oxímoron
de congelar esa chispa que el tiempo apaga, recordar lo que olvida la página
blanca.
Es necesario
ser justo y aclarar que el pincel de las palabras alcanza lo sublime en el
democrático contraste de los claroscuros , siempre mezclando las llagas y las
alegrías , los amores y los desvelos, los fragmentos exquisitos de las
tertulias con los gritos disonantes de la calle, el sueño que se aclara en la
mañana junto al persistente y diario espectáculo de lo prosaico en algunas
noticias de la radio, el reporte de los jugadores de fútbol lesionados o el
imperialismo de las noticias de la farándula.
Todo alberga
la palabra, todo lo contiene, la muerte, el dolor de los demás, la vida,
aquella sonrisa… y como dice una canción…” la lluvia, el viento y el sol”.
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