Un rocío cayó de sus ojos, una lágrima fría y fina se derrama en su mejilla ¿se congela una pena o deshiela su dolor?
Adentro le llueve
persistente una pesadumbre, por momentos el silencio le gana la partida.
El oráculo le había dicho que tenía que pasar el río, que viera a la gran mujer, consejera
en aquellos quitapesares. Él había cruzado el puente, tomó una pausa con dos vasos de agua para menguar aquel
cansancio.
Ella dijo –“la tierra está húmeda”-
Él traducía – no se puede transitar el camino-.
En su blanco silencio le pidió al sueño consejos de amigo,
recurrió a las tertulias de los afectos sentidos, le escribió cartas a su
escribiente invisible. Por momentos tuvo insomnios, se tambaleó algunos días, un herpes le quemaba y le ardía.
No gobernó al viento, ni a la lluvia, algunas guerras no le
pertenecían aunque sus consecuencias las
sentía.
El escritor en la lúcida caligrafía de su duermevela lo describía con sentida compasión. Él simplemente estaba
triste, cansado y de a ratos dormía…
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