Encuentro en la escritura una amiga, una hermana, una compinche;
acompañada también por los parientes más cercanos la lectura y la crítica.
La escritura es un lugar y un tiempo que he construido, en ese
universo no siento miedo, acepto lo que ocurre y lo narro en un borrador
impreciso. Conquisto una libertad.
Entre escrituras sostengo el silencio y en las
transparencias que logra aquellos sedimentos, lo profundo se desvela en la duermevela que
acontece después de un sueño.
Siento la palabra, el fuego de un leño encendido, me abriga y me
contiene, la chispa puede ser una tertulia, la frase de un libro, una
emoción aún desconocida…
Parece una adicción que nos calma, nos contiene, nos relaja, tal vez sean las endorfinas que aparecen después
del acto de escribir, de encontrar sentido a lo que sentimos, aquella misma
sensación que tiene el cuerpo después de una intensa actividad física.
La letra es visible, siento esa inagotable caligrafía que ante
mí se desnuda. Una mujer que me mira, me lee y me escribe y yo en espejo
haciendo lo mismo.
También es un refugio y a su vez un impulso de osadías…