Uno se
aproxima, se acerca a esa palabra, la toca con un imperceptible roce con las
puntas de los dedos de una mano, estirándose en puntas de pie. El instante dura
una milésima de segundo.
Ah! si
pudiera a través de lo que escribo abrazar lo indecible, llegar al límite de
ese territorio silencioso. Tal vez por ello recurro a la poesía que
frecuentemente bordea lo inaccesible.
Cuando el
cuerpo inquieto percibe aquella necesidad, llama al verso a escondidas y a la
sombre visible de mi escritura se encuentra lo invisible, y ese rito se
despierta todos los días.
A sabiendas
de los reiterados y vanos intentos uno busca en esa alquimia encontrar algunos
restos de aquellas pepitas que brillan, alguna nota de su música dormida.
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