Las relaciones humanas no son como la imaginamos, tampoco
como las deseamos, pensamos y queremos y
esto rige como ley tanto para nosotros como para con los otros.
Si a esta complejidad le agregamos que nadie es perfecto, el
universo social bien podría responder a la teoría del caos, aunque de mi parte
prefiero considerar que dicha muestra de heterogeneidad nos hace más
entretenidos, dinámicos, creativos y felices, a pensar de… los difíciles entramados
de nuestras relaciones, entre ellas, las
emociones, las ilusiones, los mandatos, las matrices culturales…
Las relaciones humanas frecuentemente no dependen sólo de
uno y a veces tampoco alcanza el amor, algunas de nuestras pesadumbres devienen
de continuar en ese intento de que sean increíbles y perfectas.
Tampoco en estas cuestiones hay que involucrar demasiado a nuestros egos que regularmente no
son equilibrados, siempre se desnivelan a los extremos o se elevan hasta la
pedantería o caen en la falta de amor propio, el ego es un gran inventor de
historias sobre los otros, descartemos pues, el egocentrismo.
Las relaciones humanas se auto-regulan cuando las personas
intervinientes abandonan el poder, el control y las creencias y se concentran a disfrutar aquí y ahora de
los afectos, la compañía, el arte de la
conversación, y todo el banquete que ofrece el acto de compartir, que algunos
llaman la cultura de la ternura.
En este tema tampoco deberían existir planes y estrategias,
las emociones – todas, es decir, las claras y las oscuras, las “domesticadas y
no domesticadas”- no se “gestionan” emergen y aparecen abruptamente, tal vez lo
mejor sería tomarse el tiempo para analizarlas.
A sabiendas que son frágiles, el mejor consejo, si es que se
puede hablar en esos términos, sería bajar las armas, dejar la competencia,
funcionan mejor con el paradigma del ser que con el paradigma del tener, y
mucho más con la confianza que con la desconfianza.