Cuando la muerte se presenta cercana y nos toca los íntimos
afectos, cuando un amigo parte sin imaginarnos el escenario y el momento, sentimos como si una bomba explotara a pocos
metros, conmovidos y aturdidos por su onda expansiva tardamos un tiempo para
que nuestra conciencia despierte del tormento y muy lento retomamos los
sentidos, la conciencia del momento.
En ese contexto el cuerpo inquieto se siente incómodo en su
propio universo, busca excusas para moverse, se impone hacer algo ante lo
irreparable, cualquier gesto de acción es un intento de escapar de la tristeza,
la pérdida es también una pérdida de las cotidianas energías y aquellas fortalezas.
Coherente con esa inquietud intentamos hablar, encontrar en
la charla con otros alguna explicación,
compartir lo que nos pasa con el propósito de mitigar el sufrimiento. Pero este
al final siempre se impone en silencio.
La aceptación lleva tiempo, mientras tanta busco palabras
para negociar con el miedo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario