Ahora pasa que las tortugas son grandes admiradoras de la
velocidad, como es natural. Las esperanzas lo saben, y no se preocupan. Los
famas lo saben, y se burlan. Los cronopios lo saben, y cada vez que encuentran una
tortuga, sacan la caja de tizas de colores y sobre la redonda pizarra de la
tortuga dibujan una golondrina. "Historias de Cronopios y de Famas" (1962), Julio Cortázar.
Aún no se ha
descubierto, pero yo tengo la certeza de
que en algún barrio de tu cerebro o tal vez sea en una galaxia de tu
micro-cosmos hay un lugar que has construido con tu real imaginación.
Por allí sopla el
viento del oeste (en mi caso) porque yo elegí aquel paraje, en un mar tropical de este continente, no me
limita el tiempo para ir cuando tengo necesidad o ganas aunque
generalmente se me ocurre en los veranos tardíos.
La playa es suave y
blanca, uno camina por ella sin que se le quemen las plantas, olas suaves, colores
con distintos tonos de turquesas y
aguamarinas que cambian de lugares según el sol las ilumina.
Son imágenes de
palabras, motivo por el cual es imposible tener una instantánea en la cámara
negra o en la lúcida cámara, ni hablar del soporte papel fotográfico, siempre
sale velado.
En ese vaivén de las
olas las palabras juegan a conquistarte
y uno juega con sus rodeos, zambullidas, giros y saltos para evitar que te
sujeten o te atrapen.
Todos tenemos la
capacidad de crear aquel paisaje, un refugio de Cronopios en medio de cualquier
naufragio. Yo puedo dar cuenta de estas travesías y hoy llego a ese sitio al
instante y por el aire sin necesidad de atravesar los desiertos de antaño.
Aunque confieso que no tengo mapas, coordenadas ni pasajes.
En ese punto el
texto adquiere fortalezas impensadas,
resiliencia , serendipia y templanza, cuando las tormentas dicen: hay
que guardarse.
Los objetos que uno
deja en su comarca permanecen en el espacio como hacen los escaladores de montañas en los albergues momentáneos:
un lápiz – amuleto- que escribe sobre cualquier pizarra, “pantafrules “–
árboles inmensos que van de la tierra al espacio- que tomé prestado de otra
infancia, un libro de arena en la playa, tres ratitos envasados para la
templanza, un frasco pequeño de miedos enterrados, tres palabras mágicas para el insomnio y un pájaro para recibir y
repartir mis cartas…
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