miércoles, 25 de marzo de 2020

Refugio de Cronopios.




            Ahora pasa que las tortugas son grandes admiradoras de la velocidad, como es natural. Las                  esperanzas lo saben, y no se preocupan. Los famas lo saben, y se burlan. Los cronopios lo                    saben, y cada vez que encuentran una tortuga, sacan la caja de tizas de colores y sobre la                      redonda pizarra de la tortuga dibujan una golondrina. "Historias de Cronopios y de Famas"                 (1962), Julio Cortázar.

Aún no se ha descubierto,  pero yo tengo la certeza de que en algún barrio de tu cerebro o tal vez sea en una galaxia de tu micro-cosmos hay un lugar que has construido con tu real imaginación.

Por allí sopla el viento del oeste (en mi caso) porque yo elegí aquel paraje, en  un mar tropical de este continente, no me limita el tiempo para ir cuando tengo necesidad o ganas  aunque  generalmente se me ocurre en los veranos tardíos.

La playa es suave y blanca, uno camina por ella sin que se le quemen las plantas, olas suaves, colores con distintos tonos de turquesas  y aguamarinas que cambian de lugares según el sol las ilumina.

Son imágenes de palabras, motivo por el cual es imposible tener una instantánea en la cámara negra o en la lúcida cámara, ni hablar del soporte papel fotográfico, siempre sale velado.

En ese vaivén de las olas  las palabras juegan a conquistarte y uno juega con sus rodeos, zambullidas, giros y saltos para evitar que te sujeten o te atrapen.

Todos tenemos la capacidad de crear aquel paisaje, un refugio de Cronopios en medio de cualquier naufragio. Yo puedo dar cuenta de estas travesías y hoy llego a ese sitio al instante y por el aire sin necesidad de atravesar los desiertos de antaño. Aunque confieso que no tengo mapas, coordenadas ni pasajes.

En ese punto el texto adquiere fortalezas impensadas,  resiliencia , serendipia y templanza, cuando las tormentas dicen: hay que guardarse.

Los objetos que uno deja en su comarca permanecen en el espacio como hacen los escaladores de montañas en los albergues momentáneos: un lápiz – amuleto- que escribe sobre cualquier pizarra, “pantafrules “– árboles inmensos que van de la tierra al espacio- que tomé prestado de otra infancia, un libro de arena en la playa, tres ratitos envasados para la templanza, un frasco pequeño de miedos enterrados, tres palabras mágicas para el insomnio y un pájaro para recibir y repartir mis cartas…

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