Agradezco
a Jorge este cuento que surgió de su narrativa y que la subjetividad de mi
escucha lo transformó en una extraña grafía.
Tomó el colectivo pensando que tendría el mismo recorrido, los
laberintos del tiempo lo hicieron más tardío, creyó en principio que tendría el
mismo camino, enseguida se dio cuenta que las calles habían cambiado de
sentido, se iba por donde antes se volvía y se retornaba por donde ante se iba
y él con tantas contra-flechas dudaba si llegaría o perdería su destino.
Reconoció una casa sencilla del amigo de un amigo que conocía, el nombre
no importaba, la casa existía, le resultó un farol en el mar de su
olvido. Al pasar por la estación potabilizadora, observó la ausencia de un
árbol inmenso en el vértice de una esquina que se había perdido.
Ahora el mundo giraba más rápido y su lentitud lo percibía. En su mente
un trabajo de arqueología llenaba los vacíos que la modernidad imponía. Hizo
ejercicios de memoria, las calles extrañas se tornaron familiares, se
acostumbró a soportar cierta extrañeza, los nombres se fueron aclarando.
El colectivo se internaba en ese mundo como si su neblina se fuera
disipando, se bajó a 3 o 4 cuadras del barrio, ya sabía por la vereda que iría.
Cuando llegó a la cuadra, centro de su identidad, descubrió siete casas
iguales que aún se mantenían, las otras eran nuevas o con fachadas
distintas. El lugar era el mismo pero no la geografía.
En su nueva mirada jugaba con el plano de sus fotografías, como si su
cuerpo anduviera al mismo tiempo por dos calles, de norte a sur “Diacronía” de
este a oeste la “Sincronía”. La panadería ya no estaba, igual suerte
tenían el almacén y la verdulería, tampoco estaban Pedro, José ni María.
Volvió a su casa, ahora lejos de ese olor a río que también era
distinto. Al verlo su mujer le dijo- Cariño!!! Mira cómo estás, porque vas a
esos lugares que duelen a olvido ¿cuánto tiempo pasará hasta que estés
tranquilo?-
Estaba extenuado física y mentalmente, más aún no solo agotó su energía
química, sino también la psíquica y otra, para mí, más sutil y escondida;
casi sin reservas, superó la nostalgia y la extrañeza, se sintió
con un éxito inmenso, haberse reconocido, haber recordado la esencia de
su sí mismo. Esa, precisamente esa particular historia, tenía el balance
perfecto entre el recuerdo y el olvido.