miércoles, 29 de julio de 2015

Excesos.



Los excesos de entusiasmo estaban en el adn de mi infancia, en la propuesta lúdica de mis aventuras y en las evidencias de mis cicatrices, golpes,  caídas y torceduras. Yo era capaz de ponerme unos patines- inaugurando esa experiencia sin ningún antecedente-  y salir a andar por los lisos pavimentos de la  calle, montar en bicicleta sin lecciones previas, o cualquier acción donde estuviera en juego el cuerpo, disfrutando de esa relación carnal  con  el asombro de la   andanza  - placer sensual del desafío-.
Allí están mis marcas, mis desenfrenos, mis desatinos. Recientemente, con estos gajes del oficio, he sumado otros indicadores: heridas, moretones y magullones de similar  naturaleza y en concordancia con aquella identidad.

Con parecidos riesgos,  me pasa lo mismo con mis ejercicios de escultura, y también con mis escritos, en este último  sentido, me sumerjo en la hoja sin pensar –si ella- tiene calor o frío.

sábado, 18 de julio de 2015

Límites de la conciencia.



Jorge me decía en el café Fellini que el inconsciente es un hijo de p---, yo tenía mis dudas al respecto, por un lado coincidía, pero por otra parte,   también dudaba ya que en muchas oportunidades los sueños -como hallazgos- me develaban verdades personales, motivo por el cual termine diciéndole  -pero en el fondo es un buen tipo- previo a convenir con él,  que para bien o para mal (si es que se puede hablar en esos términos) nuestro personaje, no es ni ingenuo ni inocente.

En las páginas en blanco de nuestra historia, ahí debajo de nuestros pies, en aquellos sótanos individuales y personales, como un viejo vino añejado por novelas de papeles amarillos  y nuestras propias circunstancias, a veces a nuestras espaldas, fuera de nuestra vista y de otras finas percepciones, la sombra hace sus cosas.
En su cueva, a escondidas,  sin palabras o  con la   lengua indescifrable de nuestros   fantasmas. Aquellas cuestiones cursan silentes  cuando duermes, en el momento de  tus profundos descansos, a contramano de tus intensiones, sin brebajes ni jarabes que lo calmen. ¿Con qué lo alimentas? Él, sin darte cuenta,   se mete en la madrugada en tu cerebro, insomne busca y  saca  como un ladrón sus provisones, y se lo lleva  allá abajo, en la grieta  de tus  cimientos en el humus de su casa subterránea.


Cuando tú  alcanzas sus umbrales, la piel de su universo, los bordes de sus capas, cuando le ganas una mínima pulseada – no te la creas- él  apela al humo y   la neblina, a  aquella lluvia fina, a  una ventisca o una nieve copiosa y blanca;  allí – como uno más de sus recursos- esconde algún secreto, te roba la palabra y sólo desnuda el sufrimiento detrás de un vidrio opaco.

lunes, 13 de julio de 2015

Con mis lápices viejos.

El poeta es invisible  porque escribe sobre lo indecible y de lo indecible  es mejor no escribir.

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Tengo un GPS que no me sirve de mucho. Si le indicara a dónde voy tendría serios problemas para encontrar caminos conocidos.

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No creo que las cartas estén echadas, ni que los dados estén cargados, ni que la moneda pueda resolver su incertidumbre de antemano. La paradoja es que tampoco creo que le podamos  ganar la última partida a las blancas en esa  última pulseada.
                       
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Juntaré las torpezas de mis caídas y haré una danza, con los desperdicios de la calle una escultura, con palabras lastimadas una esperanza, con papeles usados una peteca, un avión, un barco, un pájaro, quizás mil páginas con estos lápices pequeños y gastados.

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Sostener lo pequeño, hacer lo cotidiano, respetar lo que hemos acordado, cuidar lo precario, mantener las decisiones a lo largo.
           
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Hay demasiados cazadores y pocos jardineros.

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Una gran pregunta para un gran balance: ¿Cómo he llegado hasta aquí?

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La complejidad de aquella madeja que no siempre resolvemos es diferenciar lo que se sabe de lo que no se sabe, lo que se puede de lo que no se puede, lo que se quiere de lo que no se quiere, lo que se debe de lo que no se debe, y por si fuera poco, todo al mismo tiempo  y entremezclado.

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La invención de Morel :  no sé si el fantasma era él, o ella, o aquellos otros seres humanos que aparecieron de pronto, la única certeza que tengo es que entre todos, siempre hay un lector. El hombre pudo haber muerto, pero la palabra lo despierta.


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jueves, 2 de julio de 2015

El túnel del tiempo. -Diacronia y sincronía de la urdimbre y de la trama-



Uno de los temas existenciales fuertes de nuestra naturaleza humana es el tiempo y las distintas actitudes que tenemos en relación a él. Cada cultura está  influenciada por la temporalidad ¿orientamos nuestras acciones hacia el pasado, el presente o el futuro?
¿Le damos importancia significativa a las tradiciones? ¿Al “aquí y ahora”?  ¿Al por-venir? Estas decisiones  se transforman en un vínculo que define nuestra forma de ver y de andar por el mundo.

Tal vez alguno recuerde una serie de televisión de ciencia ficción (1966/1967) titulada “El túnel del tiempo” en que dos científicos podían migrar por distintas épocas en hechos trascendentes de la humanidad, realidad que hacía posible una máquina del tiempo.

Me preguntaba ¿Qué pasaría si  esas  personas que fuimos en nuestra propia historia, podrían mudar de su pasado a este presente y tener una charla con nosotros en este aquí y ahora?

No propongo tele-transportarnos nosotros a ese tiempo-espacio pasado para percibir realmente  los instantes que no pudimos mirar o escuchar vivamente otrora por una incapacidad transitoria de discernimiento o de entrenamiento vivencial  o de una  simple elección, a sabiendas  que siempre pudimos y podemos  –hasta ahora- ver y oír entre otras cosas.

Tampoco tendría sentido  volver sobre nuestra historia para llenar tiempos oscuros, lagunas o borrones, cuando fuimos observadores pasivos o ciegos, para reparar lo que no podemos justificar o encontrar sentido, o  cuando navegamos al garete como un investigador ajeno a sí mismo sin disfrutar de esa  aventura,  o cuando no tomamos parte o cuando no fuimos conscientes de aquella profunda soledad. Nosotros sabemos que las elecciones también excluyen, o dicho de otra manera,  en cada “sí” hay un “no”, de lo contrario tendríamos un síndrome atroz ya conocido,  el eterno padecer de “Funes el Memorioso”.

¿Cuántos “yo” conviven en uno? ¿El niño, el padre, el adulto, el amante fiel de los afectos y de la vida? ¿De qué momentos podemos dar cuenta?  ¿Qué piedras importantes  hemos tirado que han hecho mover las aguas del nuestro estanque? ¿Qué suma de mínimas decisiones nos permiten avanzar hacia aquel soñado horizonte? ¿Cuándo fue que aquella osadía plantó esa bandera de identidad?

En el tránsito, es decir, en el proceso, hemos aprendido que no podemos volver a las estaciones que han pasado, por el contrario, hacia las nuevas estaciones avanzamos. El propósito es inverso, no es volver, sino todo lo contrario, es traer a nosotros lo que nos permitió ser lo que somos. Encontrar las relaciones, el paralelismo que nos identifica, las señas y las señales.

Sin nostalgias he hecho ejercicios de viajes imaginarios para facilitar esos encuentros con mis propios personajes, al escribirlos es probable que les atribuya y me atribuya valentías exageradas (recursos o vicios de escritor).
Al hablar con ellos siempre vuelvo con un hallazgo, o una sorpresa, lo que me permite inferir que cada receptor es también un emisor, de tal suerte que, la palabra va de una forma y vuelve de otra.

A esta altura quizás sea oportuno decir que aún no he alcanzado la locura, como prueba de ello puedo expresarles que esto es una fantasía, que puedo volver de esa irrealidad, aunque convendrán conmigo que toda ficción encierra una certeza, lo que siento, pienso y vivo mientras la imagino. Una amiga de letras, me tranquilizo en relación a estas cuestiones de la escritura, “si puedes ir y volver de esos dos mundos” –decía-  todavía mantienes la cordura.

Como argumento a favor del experimento que les hablaba, puedo afirmar que las cosas que se viven toman dimensión y sentido cuando hay lucidez del acto, y esto, a veces, no ocurre en el preciso momento de la acción, habitualmente la reflexión es a destiempo, con frecuencia alejada de la experiencia, necesitando –a veces-  dicho desfasaje,  meses o años.

No es casualidad  que esos coloquios surjan en este ciclo vital, tampoco son flashes o fulgores momentáneos, por el contrario, se suceden lentamente en algunas caminatas por los parques entre ocres luminosos y brillantes o en un banco frente a un lago cuando otros parloteos se han alejado –quizás esta última referencia sea un implante de la lectura de “El otro” de Borges, a saber: “Yo estaba recostado en un banco, frente al río Charles...”-.

Tal vez un cierto amor por los libros me juegue una mala pasada y en esta indagación haya hecho inconscientemente  propio palabras de terceros. Me tranquiliza, que de ser así, en el peor de los casos, he elegido de ese vasto universo que es la literatura, lo que más resonaba en mí. Si tal situación aconteciera podría sentirme un re-escritor o un traductor de esta filosofía vacacional y de mero principiante.

Insisto,  el proyecto no es volver al pasado, la intención es traer al presente un  mayor nivel de conciencia de aquellas circunstancias y las resoluciones de aquellos problemas   que te permitieron ser lo que eres.

La experiencia de estos diálogos no modifica el pasado pero  si  tengo evidencias que enriquece el presente. La propuesta se sintetiza en que  dos tiempos se encuentren en el cruce de dos esquinas, una intersección  que facilita el vínculo con esos "otros" que una vez fuiste. Es como dar vuelta el reloj y en ese rodeo ver tu vida hacia arriba y abajo, adelante y atrás, a lo largo, a lo profundo y a lo ancho.

No se asusten de esta ilusión , ella si bien tiene laberintos de sueños y de espejos, el lápiz flexible de tu narrativa se encargará  de hacerte  volver a tu cuaderno. Debajo de nuestros renglones hay sombras de otras letras, subtítulos de aquellos nuestros mentores que nosotros hemos creado.