Después del viaje a aquellos territorios,
cambió el ropero de invierno por el de verano,
se deshizo –a pesar del inestable octubre-
de viejas remeras y algunos abrigos
que se había puesto hasta el hartazgo.
Se desprendió de viejos hábitos
abreviando –y haciendo caso-
a sus verdades personales,
ya no pensaba en lo largo de la vida
sino en lo ancho y profundo
La energía era menor -aunque
bien orientada-
se notaba alguna sutil diferencia
en algunos modos, en el andar,
buscando las atmósferas que mejor le
sentaban,
la misma retina descubría otros colores
y algunas pequeñeces se le agigantaban.
Disminuía
los consumos absurdos,
simplificaba los números por letras,
dejaba de disimular los cansancios,
mentía menos – que es igual a decir-
menos hipócrita,
deshabitaba lugares comunes
dejaba atrás las cenizas de los fuegos
consumidos.
prendía otras fogatas con caídas ramas.
Era un soplo que viajaba
una estela que no se contentaba
en ser y hacer lo mismo,
volvía a definir los mismos temas de la vida
lo prosaico y lo poético, las cosas que
importaban,
se había sacado la máscara de lo instituido.