jueves, 2 de julio de 2015

El túnel del tiempo. -Diacronia y sincronía de la urdimbre y de la trama-



Uno de los temas existenciales fuertes de nuestra naturaleza humana es el tiempo y las distintas actitudes que tenemos en relación a él. Cada cultura está  influenciada por la temporalidad ¿orientamos nuestras acciones hacia el pasado, el presente o el futuro?
¿Le damos importancia significativa a las tradiciones? ¿Al “aquí y ahora”?  ¿Al por-venir? Estas decisiones  se transforman en un vínculo que define nuestra forma de ver y de andar por el mundo.

Tal vez alguno recuerde una serie de televisión de ciencia ficción (1966/1967) titulada “El túnel del tiempo” en que dos científicos podían migrar por distintas épocas en hechos trascendentes de la humanidad, realidad que hacía posible una máquina del tiempo.

Me preguntaba ¿Qué pasaría si  esas  personas que fuimos en nuestra propia historia, podrían mudar de su pasado a este presente y tener una charla con nosotros en este aquí y ahora?

No propongo tele-transportarnos nosotros a ese tiempo-espacio pasado para percibir realmente  los instantes que no pudimos mirar o escuchar vivamente otrora por una incapacidad transitoria de discernimiento o de entrenamiento vivencial  o de una  simple elección, a sabiendas  que siempre pudimos y podemos  –hasta ahora- ver y oír entre otras cosas.

Tampoco tendría sentido  volver sobre nuestra historia para llenar tiempos oscuros, lagunas o borrones, cuando fuimos observadores pasivos o ciegos, para reparar lo que no podemos justificar o encontrar sentido, o  cuando navegamos al garete como un investigador ajeno a sí mismo sin disfrutar de esa  aventura,  o cuando no tomamos parte o cuando no fuimos conscientes de aquella profunda soledad. Nosotros sabemos que las elecciones también excluyen, o dicho de otra manera,  en cada “sí” hay un “no”, de lo contrario tendríamos un síndrome atroz ya conocido,  el eterno padecer de “Funes el Memorioso”.

¿Cuántos “yo” conviven en uno? ¿El niño, el padre, el adulto, el amante fiel de los afectos y de la vida? ¿De qué momentos podemos dar cuenta?  ¿Qué piedras importantes  hemos tirado que han hecho mover las aguas del nuestro estanque? ¿Qué suma de mínimas decisiones nos permiten avanzar hacia aquel soñado horizonte? ¿Cuándo fue que aquella osadía plantó esa bandera de identidad?

En el tránsito, es decir, en el proceso, hemos aprendido que no podemos volver a las estaciones que han pasado, por el contrario, hacia las nuevas estaciones avanzamos. El propósito es inverso, no es volver, sino todo lo contrario, es traer a nosotros lo que nos permitió ser lo que somos. Encontrar las relaciones, el paralelismo que nos identifica, las señas y las señales.

Sin nostalgias he hecho ejercicios de viajes imaginarios para facilitar esos encuentros con mis propios personajes, al escribirlos es probable que les atribuya y me atribuya valentías exageradas (recursos o vicios de escritor).
Al hablar con ellos siempre vuelvo con un hallazgo, o una sorpresa, lo que me permite inferir que cada receptor es también un emisor, de tal suerte que, la palabra va de una forma y vuelve de otra.

A esta altura quizás sea oportuno decir que aún no he alcanzado la locura, como prueba de ello puedo expresarles que esto es una fantasía, que puedo volver de esa irrealidad, aunque convendrán conmigo que toda ficción encierra una certeza, lo que siento, pienso y vivo mientras la imagino. Una amiga de letras, me tranquilizo en relación a estas cuestiones de la escritura, “si puedes ir y volver de esos dos mundos” –decía-  todavía mantienes la cordura.

Como argumento a favor del experimento que les hablaba, puedo afirmar que las cosas que se viven toman dimensión y sentido cuando hay lucidez del acto, y esto, a veces, no ocurre en el preciso momento de la acción, habitualmente la reflexión es a destiempo, con frecuencia alejada de la experiencia, necesitando –a veces-  dicho desfasaje,  meses o años.

No es casualidad  que esos coloquios surjan en este ciclo vital, tampoco son flashes o fulgores momentáneos, por el contrario, se suceden lentamente en algunas caminatas por los parques entre ocres luminosos y brillantes o en un banco frente a un lago cuando otros parloteos se han alejado –quizás esta última referencia sea un implante de la lectura de “El otro” de Borges, a saber: “Yo estaba recostado en un banco, frente al río Charles...”-.

Tal vez un cierto amor por los libros me juegue una mala pasada y en esta indagación haya hecho inconscientemente  propio palabras de terceros. Me tranquiliza, que de ser así, en el peor de los casos, he elegido de ese vasto universo que es la literatura, lo que más resonaba en mí. Si tal situación aconteciera podría sentirme un re-escritor o un traductor de esta filosofía vacacional y de mero principiante.

Insisto,  el proyecto no es volver al pasado, la intención es traer al presente un  mayor nivel de conciencia de aquellas circunstancias y las resoluciones de aquellos problemas   que te permitieron ser lo que eres.

La experiencia de estos diálogos no modifica el pasado pero  si  tengo evidencias que enriquece el presente. La propuesta se sintetiza en que  dos tiempos se encuentren en el cruce de dos esquinas, una intersección  que facilita el vínculo con esos "otros" que una vez fuiste. Es como dar vuelta el reloj y en ese rodeo ver tu vida hacia arriba y abajo, adelante y atrás, a lo largo, a lo profundo y a lo ancho.

No se asusten de esta ilusión , ella si bien tiene laberintos de sueños y de espejos, el lápiz flexible de tu narrativa se encargará  de hacerte  volver a tu cuaderno. Debajo de nuestros renglones hay sombras de otras letras, subtítulos de aquellos nuestros mentores que nosotros hemos creado.




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