Los excesos de entusiasmo estaban en el adn de
mi infancia, en la propuesta lúdica de mis aventuras y en las evidencias de mis
cicatrices, golpes, caídas y torceduras.
Yo era capaz de ponerme unos patines- inaugurando esa experiencia sin ningún
antecedente- y salir a andar por los
lisos pavimentos de la calle, montar en
bicicleta sin lecciones previas, o cualquier acción donde estuviera en juego el
cuerpo, disfrutando de esa relación carnal
con el asombro de la andanza
- placer sensual del desafío-.
Allí están mis marcas, mis desenfrenos, mis
desatinos. Recientemente, con estos gajes del oficio, he sumado otros
indicadores: heridas, moretones y magullones de similar naturaleza y en concordancia con aquella
identidad.
Con parecidos riesgos, me pasa lo mismo con mis ejercicios de
escultura, y también con mis escritos, en este último sentido, me sumerjo en la hoja sin pensar –si
ella- tiene calor o frío.
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